lunes, 3 de noviembre de 2025

Índice

C.V. Profesional

C.V. Bueno

Cincuenta aniversario

El beso que nunca fue

Al principio

Estado actual de Arturo Gallego Mendoza

Genealogía

Hoy ha tocado cortarme el pelo

Apenas leo poesía

Siento que tengo la edad...

Que no sea nada…

Fue un Viernes Santo

Mala reputación

Y la vida siguió

De Pulgarcito a El Padrino

La convivencia sobre una vieja pista deportiva

Razón o emoción

Se corre mal con  un niño en brazos

Lo que tú digas

No me gustan los mercadillos...

«Sí, y tú ¿qué?

De postre, fruta

Salirse del camino

No ha sido un déjà vu

De regreso a casa


CRÓNICAS DESDE EL DOBLAO

A mí me enseñó a leer…

Cerro Muriano

Como tú, ninguno

Dos días de enero

El Día de las Juncias

El ferrobús

El Portal de Belén

El viejo barbero

En el Pedro de Valdivia

La bici del Badén

La Casa de los Cuesta

La Escuela del Cristo

La pedrada

La primera multa

La Selectividad

Mi primera moto

Nidos de golondrinas

Voy por churros

 

INSTANTÁNEAS

1958, febrero

1959, febrero

1960, mayo

1961, abril

1962, otoño

1963, abril

1963, mayo

1964, enero

1964, 27 de mayo (1)

1964, 27 de mayo (2)

1964, 27 de mayo (3)

1964, 27 de mayo (4)

1964, agosto

1965, febrero

1965, diciembre

1967, febrero o marzo

1968, julio

1969, mayo

1970, verano

1974, mayo

1977, julio o agosto

1978, 27 de octubre


DECÍA MI MADRE

Váyase usted a la mierda y va muy bien servido

Cada vez que meas te da una idea

Culo veo, culo quiero

Dímelo andando

En mi casa mi culo descansa

Hay que ver, lo tienes todo al retortero

Lo tienes todo manga por hombro

Mañana será otro día y verá el tuerto los espárragos

Míralo, como si oyera llover

¿No pensarás salir así, a cuerpo gentil?

Para qué hacer caso a medios días habiendo días enteros

¿Qué, mirando a las musarañas?

Quien evita la tentación evita el pecado

Te vas a enterar de lo que vale un peine

Te voy a dar más palos que a una estera vieja

Un sitio para cada cosa, y cada cosa en su sitio

Melón y tajá en mano

El 'no' se lleva siempre consigo

Hijo, ni la purga Benito

Lo caliente está a gusto de todo el mundo


COSAS DE COMER

Arroz en Islantilla

Sobre el gazpacho

En invierno, migas

Potaje de Lentejas

Chiquillos con chaleco

Los macarrones de Encarna


LEÍDO - VISTO POR AHÍ

A promise (citas)

Ayn Rand (Alisa Zinovievna Rosenbaum)

Benito y la purga (artículo)

Ciegos y sordos por voluntad propia

Cuando gobiernan las ratas  (artículo)

El asesinato de Roger Ackroyd  (citas)

El camino  (citas)

El crack cero  (artículo)

El Húsar  (citas)

El rey pasmado  (artículo)

El silencio de la ciudad blanca  (citas)

El tiempo no existe  (artículo)

El viento y el león (citas)

En este momento de mi vida...  (artículo)

Esto también es memoria histórica

Ha muerto Antonio José Alés

Historia de La Calleja de la Amapola

La Flor del Norte  (citas)

La Laureada de Alcántara  (artículo)

La poesía es un arma cargada de futuro

Las mejores cosas de la vida

Leonard Cohen, premio Príncipe de Asturias 2011

Los ritos del agua  (citas)

Los tarados niños del franquismo  (artículo)

La fotografía inédita de un miliciano de la Guerra Civil...  (artículo)

Los Señores del Tiempo  (citas)

Memoria de mis putas tristes  (citas)

Mi alma tiene prisa  (artículo)

Nada se ha hecho más sagrado que las fotos obsesivas...  (artículo)

Natalia Ferraccioli (artículo)

No hay café, gilipollas  (artículo)

Patria... de Fernando Aramburu  (artículo)

Pedro Sánchez y la "Marcha Radetzky" (artículo)

        Territorio comanche  (citas)

Una casa cuartel con 16 guardias y sus familias en el País Vasco  (artículo)

 Ya no tengo paciencia para algunas cosas...  (artículo)

domingo, 2 de noviembre de 2025

De regreso a casa.

Viaje de regreso a casa, desde el pueblo. El mismo camino de siempre, poco que inventar, los paisajes se repiten, los tiempos, sólo cambia que hoy voy sin compañía. Pocas veces ha ocurrido, casi siempre con ella, con los niños. Hoy sin embargo viajo solo. Quizás sea por eso que decido hacer algo distinto a lo habitual: el lugar donde hacer un descanso y tomar un café no será el de siempre. Elijo otro establecimiento, muy cercano al que acostumbramos, pero para el que debo desviarme ligeramente de la ruta. Salgo de la autovía, me dirijo hacia la antigua carretera nacional y al poco me detengo a la puerta de una antigua venta que aún sigue ahí.
Nada más aparcar me alegro de haber tomado la decisión, el lugar está infinitamente más tranquilo que el que acabo de evitar, con autobuses en el aparcamiento y decenas de vehículos particulares. Aquí, apenas un puñado de coches ocupan la pequeña esplanada, y en el interior los clientes llenan nada más que dos mesas. Para tratarse de un café durante una parada del viaje, lo tomo con olvidada tranquilidad. Lo apuro y, mientras observo el local y los productos expuestos a la venta, típicos de la zona y de otras, resuelvo que no volveré a la autovía, que continuaré mi camino por la vieja “nacional”, Vía de la Plata por la que tantas veces transité, ida y vuelta, tal vez demasiadas veces, o acaso pocas, que nunca estoy seguro. Salir de esta duda me cuesta, por mucho que planteo el dilema, y lo he hecho numerosas veces, no llego a solución cierta.

Vuelvo al coche, arranco el motor y me pongo en marcha. Sé que tomar la “nacional” me supondrá algunos minutos más de viaje, iré más despacio, numerosas curvas e incluso la fugaz observación del paisaje me hará perder tiempo. No son razones suficientes para hacerme volver a la autovía. Además, pienso que aumentar el recorrido va a ser una manera de estirar la estancia en el pueblo, de permanecer unos minutos más en mi tierra. Como si no hubiera tenido bastante con los casi tres intensos días, de los que no me ha sobrado ni un minuto, al contrario, hubieran hecho falta más. ¿Cuándo me decidiré a dilatar estas estancias cinco, seis días, una semana? Y permanecer hasta que, llegado el momento en que me sienta lleno, busque el camino de regreso. ¿Pero de regreso a dónde?, sí claro, a casa, que allí ya no tengo casa, que en mi pueblo no tengo casa.
Y ha sido como predije al montarme en el coche: el tiempo, y con él el camino, se alargó no sé cuánto. Pero mereció la pena: viaje sosegado, música a bajo volumen, centenares de encinas, algunos moteros buscando amables curvas, la vuelta a un paisaje que por culpa de la autovía creía olvidado, pensamientos añejos, ideas que se aclaran, otras que enturbian a alguna que se había aclarado. 
Y así hasta retornar a la autovía para acceder a la ciudad, lo que hizo que casi todo se empañara.

domingo, 26 de octubre de 2025

No ha sido un déjà vu

Viajaba hace unos días —y uso el verbo viajar dado el tiempo que ese trayecto me lleva— desde mi barrio al centro de la ciudad, cuando, al llegar a la última parada, en la que iba a apearme, rememoré, como si de un déjà vu se tratara, la que tal vez fuera la primera vez que me subí a un autobús urbano. Ocurrió allá por…, hace ahora cincuenta años, y recuerdo que la situación me abrumó, aquella primera y también las siguientes. Poco a poco fui acostumbrándome, pero reconozco que me costó, aunque siempre aparenté, ante propios y extraños, un estado de normalidad.
Pues llegaba a la parada final de mi viaje, en una avenida en la que confluyen varias líneas, unas de paso y otras que igualmente finalizan su recorrido, cuando me pareció recibir un golpe en la cabeza que llevaba apoyada sobre el cristal de una ventana del vehículo, y desperté de la modorra a la que me había abandonado durante el viaje. Vi entonces otras caras de viajeros en otro autobús cercano, pegado al mío, muy cerca, a escasa distancia, tan poca que temí chocar; el pasajero del asiento junto a mí me presionaba con el volumen de su cuerpo; ya parado el vehículo, éste tardaba en vaciarse dada la cantidad de gente que se movía lentamente; yo, igualmente, andaba despacio, pegado a todos, y ya en la calle seguí hasta un paso de peatones donde hube de detenerme, el muñequito estaba en rojo, y al ponerse verde, todos los que esperábamos cruzamos a la vez la calle, al unísono, casi en formación; el doble runrún, ruido de coches, murmullo de voces; miraba los edificios y tuve que levantar la cabeza para abarcar toda su altura, de tan grandes que me parecían y tan desproporcionados en calles tan estrechas. Minutos después me dije en voz alta que aquello ya había sido, de la misma manera, con idéntica opresión. Y entonces desapareció el efecto.
Seguí andando y hasta que llegué a mi destino no pude dejar de pensar que todo lo sentido, o mejor, que todo lo vivido había sucedido por segunda vez, pero con medio siglo de diferencia en el tiempo. Porque muy parecidos fueron aquellos primeros días de octubre del 75, recién llegado a esta ciudad que, mis sentidos de muchachito rural, no controlaban: si en el pueblo cualquier desplazamiento era poco menos que un paseo, aquí se convertía en un corto viaje; si allí salías a la calle con las manos en los bolsillos, aquí no debías olvidar las llaves de una vivienda que no era la tuya, poner algo de dinero en una cartera que jamás había portado y lo más importante, el carnet de identidad, que te habían dicho que eso nunca se debía dejar en casa.
Sentado ahora, tranquilamente ante el teclado y la pantalla, me pregunto qué me pudo suceder esta mañana, cuál ha sido el cable que se me ha cruzado, para evocar sin reflexión alguna una realidad perdida en mi memoria, una circunstancia ya olvidada y que, por supuesto, superé. Lo que no quita que me preocupe y me lleve a reflexionar sobre ello, y concluir que, tal vez, se esté cerrando el círculo, que esta prolongadísima etapa de mi vida esté llegando a su fin y que la siguiente debe ser otra, a lo peor también entre suidos y autobuses urbanos, pero con otras señales, otras luces, otros horarios. Eso, horarios con minutos del tamaño de horas, en los que el tiempo no pese ni de órdenes.
Quinientas noventa palabras llevo escritas, según me chivatea la esquina izquierda de la pantalla. Aquí lo dejo.

domingo, 5 de octubre de 2025

Salirse del camino

En uno de mis paseos matinales —los hago casi a diario, entre una hora y hora y veinte minutos, y casi siempre por cuatro o cinco rutas establecidas que voy alternando sin orden— intentaba recordar si durante el camino hasta ahora realizado en mi vida, sesenta y siete tacos ya, había pensado en alguna ocasión cambiar su curso y elegir otro destino distinto al que en aquel momento me dirigiera, haber tomado un atajo, o cambiar de medio de transporte. Todo esto en sentido figurado, claro.
Porque mi juego mental —acostumbro a ello para hacer más entretenido el paseo: narrarme una historia nunca vivida por mí, recordar otra real incluyendo olvidados pero posibles diálogos, fantasear con alguna idea o un sueño o, en la mayoría de las ocasiones, contarme lo que voy viendo como si se lo estuviera haciendo a otra persona—, decía que, ese día, mi entretenimiento consistía en pensar qué me hubiera sucedido, o me sucedió, si en alguna ocasión, y cuando tenía la vista puesta, las ganas y los medios para llegar a un fin concreto, estuve a punto de optar, u opté, por tomar otra senda y destinar esos esfuerzos a otro propósito.
No había llegado aún a poner en orden el pensamiento cuando a la salida de una curva, a mi derecha, vi que partía un camino en el que nunca había reparado. Una breve pausa e inmediatamente decidí tomarlo. Por la orientación sabía a donde me llevaría, mentalmente calculé distancia y tiempo, y por supuesto tuve en cuenta la posible vuelta y también el rodeo que daría si decidía retomar mi camino original más adelante. A pesar del exceso de tiempo y distancia me aventuré a recorrerlo, seguro de que las fuerzas me responderían.
Ni que decir tiene que olvidé por completo aquella reflexión sobre itinerarios vitales del pasado, caminos marcados o por marcar, miedos para salir de ellos o ilusiones para seguir adelante o tomar otros. Me dejé de filosofías y me centré en el nuevo paisaje que, aunque
 aparentemente igual a otros de este entorno en el que provisionalmente resido, tenía detalles que lo hacían diferente:

Entre geométricos cultivos a punto de ser cubiertos por bóvedas de plástico, se levantaban enormes muros de cañas invasoras, sobre las que no concibo el actual respeto legal; dos gatos cruzaron el camino delante de mí y desaparecieron entre la maleza —me pregunto qué hacían esos animales en medio del campo y la respuesta es obvia: los gatos conviven con los humanos y en el entorno hay pequeñas cortijadas, edificaciones agrícolas, y ellos andan por aquí porque también debe haber roedores, y la presa llama al depredador—; una ruidosa y veloz furgoneta, ajena a mi presencia y al mal estado del sendero, me adelantó obligándome a orillarme; dos descuidadas palmeras flanqueaban la entrada a una propiedad; adelanté a una señora que caminaba bajo un paraguas, buenos días, pero no me contestó porque unos auriculares le impedían escucharme. 

Llego al final del camino y retorno a mi pensamiento inicial, que durante un buen rato había olvidado por completo. Recapitulo y considero, porque tengo recuerdos —unos vagos y otros concretos—, que sí, que hubo caminos que abandoné por buscar otros destinos, que en otras ocasiones me vi obligado a ello, o me empujaron, o fue el azar, o Dios sabrá. Pero creo que no tuve miedo cuando me adentraba en una dirección nueva, siempre pensé que lo que me esperaba iba a ser mejor, aunque no siempre fue así, mas no por ello renuncié a sueños y prioridades, a pesar de las necesidades y peajes que ello me ha conllevado. Ni tampoco me refugié en el arrepentimiento, ¿de qué me habría servido?

Al final concluí que sí, que merece la pena salirse del camino establecido, que es beneficioso para el cuerpo, para los sentidos, para la mente y el corazón. A pesar de que, como en aquel paseo matinal mío, me viera obligado a dar un largo rodeo para reencontrarme con mi camino primitivo.

domingo, 14 de septiembre de 2025

De postre, fruta.

Estamos terminado de comer. Andamos liados con el postre que, en mi casa, casi siempre es fruta; hoy melón, en tajadas que, invariablemente, corto yo. Por mantener alguna conversación se me ocurre hablar sobre lo que tengo entre manos, o sea frutas: las clásicas, de siempre, y otras de más moderno consumo. En fin, sobre mis preferencias en el tema.
Establezco mi orden de prelación comenzando por la sandia y el melón, a partes iguales, no sólo movido porque ahora lo esté consumiendo al ser precisamente verano, además de ser las frutas que mejor identifico con esta estación, sino porque de verdad me gustan y mucho. Ese el principal argumento para situarlas en lo más alto del podio, ¿o puede haber otro?
Luego vienen las clásicas, sin un orden muy estudiado, la verdad. Las coloco todas en el mismo cajón y las voy nombrando conforme me vienen: naranja, pera, manzana, plátano, melocotón, y alguna más. Ni siquiera me acordé de la fresa, que en su temporada la consumo, pero sin exceso. De algunas de ellas me viene el recuerdo juvenil de su recolección y del primer dinero que llevé a casa.
Ella me interrumpe y me recuerda la piña, pero enseguida la corrijo porque esa fruta, que sí se come en esta casa, la voy a incluir con esas otras con las que me trato poco, frutas de origen tropical, y que antes denominé de moderno consumo: kiwi, chirimoya, mango, papaya, aguacate y alguna más.
A esta altura de la conversación, el medio melón adquirido a primera hora de la mañana está a dos o tres tajadas de llegar a su final. Y es cuando me acuerdo de una de las clásicas que no he mencionado: la ciruela, en sus distintas variantes. Si miras Wikipedia te sorprenderá encontrar ocho o diez variedades; y hasta diecisiete más que, por su similitud, se podrían denominar también ciruelas. Amplio mundo el de las ciruelas.
Pero por más que leo no encuentro ninguna nombrada de “San Antonio”, que así era como llamábamos (¿o eran de San José?) a las que daba, evidentemente, un ciruelo que se encontraba al pie de la carretera del Badén del Zújar a Entrerríos, y al que de vez en cuando, y si era su tiempo, acudíamos Manolo y yo a comernos tres o cuatro o las que dieran lugar, las comíamos y vuelta a casa.

Posdata curiosa:
Busco en la red algún dato sobre las ciruelas San Antonio, y lo poco que encuentro está relacionado con un de los caseríos, llamado Las Ciruelas, que en 1915 conformaron administrativamente lo que hoy es San Antonio de Alajuela, distrito de Alajuela, cantón 1º de la provincia de Alajuela, Costa Rica.
Ya sé que el dato no lleva a ninguna parte, que estábamos hablando de frutas no de la división administrativa de Costa Rica. Y es que los caminos de internet son inescrutables.

domingo, 10 de agosto de 2025

«Sí, y tú ¿qué?».

¿De cuántas maneras se pueden desear los buenos días?, así al pronto, dos o tres son los más usuales y que la cordialidad obliga: buenos días, buen día. Poco más.
El campo se puede ampliar si se le quiere dar un toque simpático —feliz mañana; buenos días por la mañana; comienza el día, a disfrutarlo—, u optimista —¡a comerse el mundo!; por fin empieza un nuevo día— e incluso cariñoso — empecemos juntos este nuevo día; ¡qué suerte comenzar este nuevo día contigo! —.

Pero ninguno como los buenos días que me dieron hace poco. Pongo en situación:
En lo que ahora se llama segunda residencia, unos familiares cercanos y mi familia somos vecinos. De pared con pared, o sea, muy vecinos. Desde nuestras terrazas nos vemos, hablamos, intercambiamos alguna necesidad —¿tienes azúcar, sal, laurel?, cosas normales—. Así es el que forme parte de nuestra cotidianeidad compartir, a corta distancia, el primer café de la mañana, el almuerzo o una copa al atardecer.
Pues fue hace unos días que en esas estábamos, el primer café de la mañana y el diálogo protocolario que suele suceder a esa hora, que si hoy hará más calor o parece que hará menos, casas de esas, cuando apareció el hijo mayor de los vecinos, lo que viene a ser mi sobrino, bien pasado de los treinta, vestido con la misma ropa de su última salida nocturna, ¿o era el pijama?, o ya se había vestido para bajar a la playa. No sé, en verano y en esas latitudes, cualquier vestimenta sirve para cualquier momento.
La cuestión es que desde mi terraza se le dieron los buenos días, a lo que él contestó, con un poquitín de retardo, un lacónico «Sí, y tú ¿qué?».
Me pareció una réplica surrealista, pero no por ello menos extraordinaria, tanto que me obligó a sonreír agradeciéndole tan sorpresiva ocurrencia. Sin embargo, él apenas le dio importancia, se trataba de algo que formaba parte de sí mismo, de su forma de comunicarse, otro lenguaje al que ya no llego pero que no me resisto a entender.

Así que anoté la frase en mi libreta y la guardé para la ocasión que ahora me ocupa.

domingo, 27 de julio de 2025

No me gustan los mercadillos...

No me gustan los mercadillos, al menos en el sentido más popular y extendido en la actualidad.

Pues menudo comienzo has tenido. Intentemos arreglarlo.

De pequeño acompañé en numerosas ocasiones a mi madre al que todos los sábados —ubicación temporal que le daba nombre— se instalaba en la plaza de España de mi pueblo, bajo los soportales. El tiempo y el aumento de vendedores hizo que se trasladara a todo lo largo de la calle Ramón y Cajal, e incluso llegara hasta el Parque. Ahí lo dejé yo, que ya me ausenté y mis retornos fuero de tarde en tarde, o peor, de higos a brevas.

En una de aquellas venidas lo vi trasladado La Laguna y tiempo después, tanto había crecido, que lo empujaron más allá, cerca de las afueras del pueblo. Hoy lo instalan aún más lejos, en una zona de “reciente construcción”, verdaderamente a las afueras.

Actualmente ese mercadillo, como casi todos los que se levantan por los pueblos de esta tierra, no tienen nada que ver con aquel de mi infancia. Mientras en el de mi recuerdo infantil se mezclaban puestos con mercancías variadas, ropas, zapatos, cacharrería, alimentación y un no muy largo, pero sí diverso, catálogo de productos, en los actuales la oferta de género es muy limitada: ropa, ropa y ropa, incluidos zapatos; pero prácticamente todo para mujer, para nosotros muy poco, pero no me importa, hago poco gasto. También, algo de tejidos para el hogar, cortinas y cosas así, y puestos puntuales de otras cosillas. Bah, cosas sin interés que no aparecen en la lista de la compra de quien esto escribe.

A lo que iba al principio, repito, no me gustan los mercadillos. Pues a la monótona y escasa oferta de productos a la venta hay que añadir dos componentes más por los que siento un irrenunciable rechazo: hay muchísima gente, mucha, apenas se puede caminar, no es agradable el continuo roce, el choque involuntario, perdón señora, disculpe, una y otra vez. A lo que hay que añadir el calor, que, aunque se trate de fecha invernales siempre lo hará —en verano ni os cuento—; la proximidad de los cuerpos, el roce que decía antes, el ambiente opresivo, todo ello sumado hará que mi estancia allí me resulte agobiante. Un fastidio de situación.

Pero queda un último elemento que añadir al asunto, que tres son tres los motivos que suelo esgrimir para eludir las visitas a esos lugares, y es el ruido, mucho ruido, un murmullo constante, general, de decenas de decibelios, alterado a ratos por alguna voz estridente que a veces habla por teléfono —ni que me importara algo su conversación, pues hable bajo, criatura—. Y de vez en cuando, antes incluso, en el tránsito entre un puesto y otro, una voz destaca sobre todo el colectivo de visitantes, es la del vendedor o la vendedora, que ofrecen su mercancía a voz en grito, de manera repetida, estridente, a intervalos cortos de tiempo, molestísimamente.

Sin embargo, un martes de este mes, que es cuando se monta el mercadillo en el lugar donde temporalmente resido, y cuando todo transcurría con la incomodidad que esos lugares me producen, vi alterada la normalidad con la voz de un tendero que ofrecía exclusivamente vestidos de mujer, coloridos, frescos, amplios, aptos para el verano y el calor. El buen hombre voceaba a su público frases ocurrentes, originales, destinadas a todas sus potenciales clientas pero que a veces parecía dirigir a alguna señora en concreto al otro lado del tenderete. Capté dos que me gustaron, y mucho:

   ¡Venga, venga, que mis blusones os hacen guapas!

Y la mejor:

   Anda, pruébatelo, que a ti te resalta.

Pues nada, que el tipo me reconcilió con los mercadillos, pero sólo el rato que permanecí por allí, que ya fue bastante.

domingo, 29 de junio de 2025

Lo que tú digas


Hace poco durante una tertulia, en la que también participaba una persona de mi círculo más íntimo, cuando el diálogo —no recuerdo el tema y tampoco importa— entre ésta última y yo comenzaba a adquirir un tono que amenazaba con lo que parecía iba a ser una discusión, busqué un modo de apaciguar el horizonte que se avecinaba y recordé una historia, que se cuenta como chiste, en la que dos tipos hablan y uno de ellos, el más joven, le pregunta al otro, bastante mayor que el primero:

        —¿Qué hace usted para haber llegado a tan longeva edad, con una salud de hierro y una mente tan viva y sana?

A lo que el segundo le responde, sin apenas dar tiempo antes de la respuesta:

        —Sencillamente, no llevando nunca la contraria a los demás.
        —Será por otra cosa —le responde el joven.
        —Pues entonces será por otra cosa —le dice, tras apurar el vaso de vino que tenía en la mano.

No hace falta decir que llevé a cabo la moraleja de la historia y zanjé el debate con un «lo que tú digas», cuyo irónico significado se entendió perfectamente entre todos los asistentes. Mi contertulio creó que no lo captó, pues vi en su cara una sonrisilla que me pareció algo más que un claro gesto de satisfacción.

domingo, 11 de mayo de 2025

Se corre mal con un niño en brazos.

Durante la lectura de la última novela de Arturo Pérez-Reverte, La isla de la Mujer Dormida, que, por cierto, estoy disfrutando más que la anterior, y en un diálogo entre el protagonista, Miguel Jordán, y el propietario de la isla, el barón Katelios, éste último dice:

«…En cualquier caso, a las mujeres suele convenirles un hijo, pues pueden utilizarlo como arma defensiva y ofensiva… Pero tal vez en tiempos inciertos sea prudente no tenerlos. Se corre mal con un niño en brazos mientras arde Troya, ¿no cree?... Y todo parece a punto de arder, ahora.»

Como con tantas otras frases, o largos párrafos como es el caso de ahora, que me llaman la atención nada más leerlas, me apresuré a subrayarlo —soy mucho de subrayar, hasta tal punto que cuando leo casi siempre tengo un lápiz en la mano o cerca, e incluso lo utilizo como marcapáginas—. Inmediatamente me hice la observación mental de que se trataba de un texto muy del escritor, que incluso leído sin contexto se podría adivinar la autoría.

Tan seguro estaba de ello que me atreví a pensar que ya lo había leído en otra obra suya, pero ¿cuál? Tenía que ser en alguna que también tratara un tema bélico, pero ¿cuál? Si este hombre, todo lo que escribe, poco más o menos, siempre anda alrededor de una guerra.

Así que me puse a buscar entre todos sus libros con la seguridad de que si la frase, u otra muy parecida, ya estaba escrita, yo la tenía que haber subrayado, con lo que sería fácil de encontrar.

Apareció al segundo intento. El primer libro que ojeé, con relativa parsimonia, fue El italiano —buena novela, me gustó—, allí no estaba; a su lado en el estante descansa Línea de fuego —mejor que la anterior a mi parecer, muy dura a la vez que ideológicamente limpia—. En su página 419 el militar republicano Bascuñana le dice a la miliciana Pato Monzón:

—Hay épocas en las que es mejor estar solo, ¿no crees?... Se corre mejor sin un niño en brazos, sin una mujer de la mano, sin unos padres a los que dejar atrás…»

Es evidente que no se trata de las mismas palabras, pero sí del sentido de las mismas, que vienen a decirnos cuál es la mejor manera de sobrevivir en situaciones como esas, y cuál es la mejor compañía para hacerlo.

Entender que el autor se ha auto plagiado —en más de una ocasión he leído, de críticos no afectos a Pérez-Reverte, evidentemente, que éste siempre escribe igual y sobre lo mismo— me parece una maldad, el académico se ha limitado a recurrir a una frase funcional y efectiva. Tanto es, que conmigo, en cierto modo, ha resultado.



domingo, 13 de abril de 2025

Ciegos y sordos por voluntad propia

Leído por ahí:
Encontrado en una "red social" y atribuido a un tal Juan Manuel Jiménez Muñoz, del que desconozco todo, incluso si este texto es suyo.
He de decir que comparto lo que dice y que, por lo tanto, bien me hubiera gustado haberlo escrito yo.


CIEGOS Y SORDOS POR VOLUNTAD PROPIA.
Las cosas no son casi nunca absolutamente negras o absolutamente blancas: suele predominar la escala de grises. Eso ocurre en nuestro entorno personal, familiar, laboral, escolar, lúdico o religioso, y no digamos en el ámbito político, donde los representantes electos mienten más que hablan y donde ningún partido o sindicato está libre de culpa. Absolutamente ninguno.
Podría desarrollar, aquí y ahora, una larga lista de barbaridades perpetradas por los “hunos” y por los “hotros” desde que comenzó la democracia en España, pero estoy seguro de que dicha lista le parecería excesiva al aludido y menguada al oponente. Lo veo venir en los comentarios: “fascista de mierda, se te ha olvidado que Aznar nos metió en una guerra”, “rojillo de mierda, se te ha olvidado contar que Zapatero está a sueldo de Maduro”. Por eso es tan difícil encuadrarse decididamente en una sola opción política sin que caigan sobre ti no sólo los aciertos, sino sobre todo los errores de aquellos con quienes te has alineado a perpetuidad.
Yo, ciñéndome siempre a lo actual, he mudado varias veces de opinión en algunos temas políticos, lo cual es un signo de inteligencia siempre y cuando dichos cambios no ocurran cada medio minuto por intereses espurios. Lo dijo un filósofo cuyo no nombre no recuerdo: “rectificar es de sabios, y de necios hacerlo a diario”. 
Como mis lectores conocen, el voto no se da: se presta, y nadie nace con un sello en la frente que le obligue a comulgar con ruedas de molino durante toda la vida si “los tuyos” salen rana o si convierten el que ha sido tu partido en un estercolero o en una secta. Es más: lo que un día es aceptable, al año siguiente puede ser insoportable, y al siguiente del siguiente volver a ser aceptable. Y los seres humanos, que no somos robots ni marionetas, y que al parecer tenemos libre albedrio, podemos y debemos reaccionar a cada mudanza de acuerdo a la realidad del hoy, no a la vetusta del ayer ni a la ignota del mañana.
En mi perpetua escala de grises, he aprendido que existen dos preguntas cuyas respuestas pueden guiarme para elegir en cada momento aquello que parece éticamente mejor o mínimamente aceptable. Dichas preguntas son:

1– “¿Qué trayectoria personal han tenido quienes defienden la postura X?”

2–“¿La postura X genera consenso o división?

Creo, con toda humildad, que hacerse dichas preguntas concretas es mentalmente más sano y éticamente más robusto que actuar como un forofo futbolero del “viva el Betis manque pierda”, o como un teórico de la filosofía política que, falto de ideas y sobrado de ideología, no aterriza en el detalle. Porque un detalle no menor es, por ejemplo, que en su discurso de investidura Pedro Sánchez expresara su voluntad de “construir un muro” entre españoles y, para mayor burla de los ciudadanos, que el encargado de defender la moción de censura del Partido Socialista y de explicar desde la tribuna del Congreso la falta que nos hacía una nueva etapa de regeneración moral fuese el reconocido putero José Luis Ábalos, ya entonces voraz consumidor de chistorras, lechugas y catálogos VIP de señoritas en pelota. Sólo por eso, en mi opinión, ya estaría inhabilitado este Gobierno desde el punto de vista ético y estético, pues las dos preguntas anteriores, las que me sirven de guía, se contestan negativamente. Y esto debería ser así para el mundo mundial, salvo para quienes sean ciegos y sordos voluntariamente.
¿Y qué se puede decir de los dos hechos terribles sucedidos este fin de semana? Yo los he pasado por el filtro de mis dos preguntas y me sale que, en este momento concreto, me encuentro en el lado correcto de la Historia.
No sé si el lector conoce que, de muerte natural, un hijo de Satanás acaba de abandonar el mundo. Se trata de Jakes Esnal, uno de los tres etarras que, ya en plena democracia, voló la casa-cuartel de Zaragoza asesinando a tres guardias civiles y a ocho familiares directos, entre ellos a cinco niñas de corta edad cuyos pequeños ataúdes blancos todavía contemplo en mis peores pesadillas. Pues bien: a este hijo de la Gran Bretaña otros hijos de la Gran Bretaña le han despedido en su pueblo con un homenaje de órdago que incluía pancartas y gritos de viva ETA. ¿Quiénes? Muy sencillo: Bildu, el mismo partido político que, en el Congreso de los Diputados, sostiene hoy con seis votos al Gobierno de Pedro Sánchez. Insisto: sólo por eso, en mi opinión, ya estaría inhabilitado este Gobierno desde el punto de vista ético y estético, pues nadie debería viajar en el mismo barco que unos asesinos recalcitrantes. ¿Se podría creer a Bildu cuando dice que lamenta el genocidio de Gaza, cuando corta carreteras y boicotea la Vuelta Ciclista con el beneplácito de Sánchez? ¿Se podría creer cualquier cosa “progresista” que alumbren sus cabezas de chorlito? Por supuesto que no. Con esta mala gente, ni a cobrar una herencia. Y eso debería ser así para el mundo mundial, salvo para quienes sean ciegos y sordos voluntariamente.
El segundo suceso relevante al que me he referido más arriba es el discurso guerracivilista perpetrado este fin de semana por el tabernero-jefe de Podemos, cuyas cuatro diputadas (no lo olvidemos) sostienen también a Sánchez. Con un llamamiento explícito al Partido Socialista, el recaudador y líder de la secta de Galapagar ha dicho lo siguiente: “para reventar a la derecha española y a todos sus activos políticos aquí nos tenéis para llegar a donde sea necesario; pero para eso hay que tener agallas; vamos a por ellos de verdad”. Insisto: sólo por eso, en mi opinión, ya estaría inhabilitado este Gobierno desde el punto de vista ético y estético, pues con semejantes compañeros de andadura no se puede caminar. Y eso debería ser así para el mundo mundial, salvo para quienes sean ciegos y sordos voluntariamente.
Y, para terminar, me dirijo al tabernero-jefe de Podemos con las palabras pronunciadas en 1935 por el bueno de Julián Besteiro en un Comité Federal del Partido Socialista. Dirigiéndose a Largo Caballero, que desde 1933 llevaba predicando en público la conveniencia de una guerra civil para alcanzar la revolución marxista, le espetó lo siguiente: 

“Dices que una guerra civil es inevitable, e incluso necesaria. Pero a ver, compañero. ¿Qué garantía tienes de ganarla?”


domingo, 9 de marzo de 2025

Dímelo andando.

Había ocasiones en las que al tratar de atraer la atención de mi madre para decirle o pedirle algo, la obligaba a interrumpir la tarea que estuviera haciendo o la detenía casi imperativamente cuando se dirigía a algún lugar de la casa. Es evidente que aquello le causaba un trastorno que, por pequeño que fuera, no dejaba de ser una alteración de su actividad. Y no es que necesariamente le molestara como para llegar al enfado, que no, que eso no ocurría, sólo que perturbaba el ritmo apenas agitado de sus quehaceres y eso, es posible, le restara tiempo o lo que es peor, que se le fuera el santo al cielo o vaya usted a saber.
Pues aquellas situaciones solían terminar con la atención a mis requerimientos por su parte. Pero poco antes me llevaba a su terreno y, en el afán de interesarse por mí, a la vez que no olvidaba su propia ocupación, me ordenaba:

«Dímelo andando»

Que no era nada más que seguir hablando, pero permitiendo que ella pudiera continuar con lo que se trajera entre manos.

No cabe duda que llegó un momento en que me interesé por el origen de la acertada y siempre resuelta orden. Me contó, y es la única versión que conozco —la red de redes no me da ningún resultado al respecto—, que allá por la posguerra hubo un alcalde en la ciudad de Toledo al que le incomodaba que sus convecinos se pararan a charlar cuando se encontraban por las estrechas calles de aquel lugar, provocando tapones que impedían el paso de otros. Y es que realmente las calles de esa ciudad, en su casco más céntrico, son bastantes angostas y cualquier aglomeración humana, por muy pequeña que sea, tres o cuatro personas, debe fastidiar al viandante.  Así que el regidor de la ciudad, en su afán de aliviar el tránsito peatonal de las calles, ordenó a sus municipales que “disolvieran” los grupitos de tertulianos que vieran parados en ellas. Los funcionarios, prestos a su labor, no dudaban en separarlos, pacíficamente eso sí, con la frase recomendatoria que años después me diría mi madre.

Dicen que tal éxito tuvo aquella expresión que el alcalde terminó siendo apodado como don Dímelo Andando, lo cual, estoy seguro, no desagradaría al buen señor.

Pero a saber de la verosimilitud de aquello, que como anécdota queda muy bien, aunque como recomendación de mi madre, es una auténtica joya.



domingo, 16 de febrero de 2025

«Esto también es memoria histórica»

Leído por ahí:
Lo que algunos escriben y me gustaría haberlo hecho yo.

Goya 2025

El discurso ganador dedicado a las víctimas de ETA que incomodó a Sánchez: «Esto también es memoria histórica»

María Luisa Gutiérrez, productora de La infiltrada, una de las dos ganadoras del Goya a la mejor película pronunció un valiente discurso


María Luisa Gutiérrez, productora de La infiltrada, durante su valiente discurso al recoger el Goya a la mejor película

Jorge Aznal

09/02/2025

El sorprendente final de la gala de los Goya 2025, con el Goya a la mejor película compartido por El 47 y La infiltrada, nos regaló el mejor y más valiente discurso de la noche: el pronunciado por María Luisa Gutiérrez, productora de La infiltrada, en favor de las víctimas de ETA.
«Los cuatro productores queremos compartir este premio con la infiltrada real y con todos los que, como ella, arriesgan su vida al final por el bien común y por defender los principios de la democracia. La democracia se basa en la libertad de expresión. Y la libertad de expresión se basa en que cada uno, piense lo que piense, y aunque yo esté en las antípodas de lo que piensas tú, que te respete y que tú tengas el derecho a decir lo que piensas», aseguró, decidida, María Luisa Gutiérrez.
«También lo queremos compartir con la familia Ordóñez y con la Fundación Víctimas del Terrorismo, con COVITE, y con todas aquellas víctimas reales que han visto la película y que, a pesar del dolor que han sentido, nos han dado las gracias porque es una historia que hay que recordar. Porque la memoria histórica también está para la historia reciente de este país», recordó la productora de La infiltrada.
«Por último, quiero compartir mi trocito de Goya con Santiago Segura porque nuestra empresa hace comedias familiares que hacen mucha taquillas y gracias a ellas podemos hacer películas arriesgadas como esta. En una industria sana se necesitan los dos cines. Uno no puede vivir sin el otro», señaló María Luisa Gutiérrez, valiente también en ese punto de su admirable y admirado discurso por numerosos usuarios de la red social X, antes Twitter.
«Por primera vez en el mundo woke del subvencionado cine español se oye el discurso contra ETA, ante las mirada atónita de los progres y sus cobardes aplausos. La infiltrada, la película mas taquillera del cine español y dirigida por una mujer», publicó el historiador Josep Ramon Bosch i Codina.
«Pues esta SEÑORA, productora de la ganadora La infiltrada, ha hablado de la libertad de expresión y la tolerancia a la opinión de los demás, ha recordado a las víctimas del terrorismo (con muy pocos aplausos), y ha hablado del abandono que sufren los agricultores. OLÉ POR ELLA», reflejó la cuenta MásSolaquelaLuna.
El atronador y ejemplar discurso de María Luisa Gutiérrez, más aplaudido en las redes sociales que, tristemente, en la propia gala de los Goya por el sectarismo que define a una amplia mayoría –no a todos– del cine español, ha sido defendido incluso por un concejal socialista como el coruñés Fran Díaz Gallego.
«A mí alguien me tiene que explicar que hay de malo en este discurso… ¿Qué parte de todo lo que dice tiene algún problema?», se preguntó Fran Díaz Gallego ante algunas duras críticas vertidas en la red social contra las palabras de María Luisa Gutiérrez. Lo hizo, además, acompañando su mensaje de la etiqueta '#comoestánlascabezas'.
María Luisa Gutiérrez coronó su ejemplar discurso de agradecimiento por el Goya a la mejor película a La infiltrada, ex aequo con El 47, compartiendo el galardón con «mis colegas los productores independientes, que hacen apuestas arriesgadas por películas que quizás no tienen un rédito en taquilla, porque la cultura no tiene que tener solo un rédito en taquilla, pero que luego van viajando por todo el mundo como marca España».
La productora terminó con un agradecimiento que calificó como «muy personal». «A mí los estudios me los ha pagado la agricultura. La agricultura y los ganaderos de este país lo están pasando mal. Nadie habla de ellos, son invisibles. El campo lo está pasando mal y sin el campo, aquí no tenemos nada», reflexionó la productora. Y, por último, dedicó su «trocito de Goya» a su pueblo, Yunquera de Henares, en la provincia de Guadalajara, y su familia. A su padre y a sus hijos, «que han tenido que sufrir mis ausencias». Lo mejor, más valioso y más valiente de la gala de los Goya 2025 esperaba, definitivamente, al final
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https://www.eldebate.com/cine-tv-series/20250209/discurso-ganador-dedicado-victimas-eta-incomodo-sanchez-esto-tambien-memoria-historica_268635.html