Termino ya con el día de mi Primera Comunión, que parece
prolongarse en exceso. Debió de ser un día muy intenso, porque ha dado nada menos que para cuatro ratos en estas Tardes de Solano.
De ese día conservo, no sólo las instantáneas, también un librito típico de aquellos acontecimientos, de grandes espacios en blanco que se llenaban con fotos, estampitas, textos con datos sobre la jornada y firmas de los asistentes.
Llama la atención a los ojos de hoy la cantidad total de dinero recibida —1300 pesetas—, y las parciales, que no están todas, y que van desde los 10 duros de mis tías —ojo, no hace mención a mis tíos, sus maridos—, a las 200 pesetas de mi tío Luis. Lo del bizcocho de la tía Márgara ya comenzaba a ser una tradición que se ha perpetuado, creo, que hasta nuestros días.
Remato la faena por hoy con el que, probablemente sea el
primer documento escrito de mi puño y letra que se conserva. Se trata de
una corta redacción sobre mis impresiones de aquel día que, mire usted por
dónde, no me atrevo a comentar. Bien podía haberla escrito en una cuartilla con
rayitas, así hubiera evitado la ausencia de equidistancia en los renglones, si
bien no la de las numerosas tildes.