domingo, 26 de mayo de 2024

Y la vida siguió...

Fuimos compañeros durante todo el bachiller, el antiguo, aquel que comenzaba cuando tenías diez u once años y lo terminabas a los dieciséis, un año más incluyendo el COU que, por entonces, estrenamos los de mi generación. Fue uno más de los ocho o diez amigos, algo más que simples compañeros de aula, con los que compartí las clases, los recreos, el camino de ida y vuelta al instituto y algún juego a la salida por las tardes durante todo aquel largo periodo de mi vida.
Ya adolescentes, en quinto o sexto, cuando por nuestro adentros se removían otros sentimientos y a la cabeza llegaban ideas distintas porque ya leías los primeros libros, era entonces cuando las conversaciones entre aquellos pocos amigos iban un poco más allá de las insignificancias de una infancia pasada, comenzabas a reflexionar, a crear opiniones propias y compartirlas, dialogar, discutir y, lo más importante, lo más trascendental, casi siempre lo más reservado: comenzábamos a intercambiar miradas con el sexo contrario, y cuando esas miradas se sostenían más tiempo incluso del esperado, entonces no había duda, es que la flecha había hecho diana.
Eso fue lo que le sucedió a mi buen amigo, que la flecha hizo diana en ella y la de ella en él. Hasta aquí todo perfecto. Vivieron una larga temporada en un evidente estado de temprano  enamoramiento que pareció continuar cuando ambos, ella por razones de estudios y él por no sé lo que voy a hacer en el inmediato futuro de mi vida, hubieron de separarse de cuerpo, que no de corazón y mente. Sin embargo, mal vinieron las cosas pues llegó el momento en que a él le llegaron noticias de que su enamorada ya no lo era, que ahora lo era de otro, de uno de aquellos ocho o diez amigos con los que habíamos compartido clases, recreos, conversaciones, etc., durante todo el bachiller. Y eso fue lo que más le dolió, que el usurpador había sido antes aliado y que, durante un tiempo, mi amigo, vivió en la inopia, en la más absoluta ignorancia, que dice el D.R.A.E.


Y la vida siguió, y ahora parafraseo a Sabina, sin saber si las cosas del amor tenían o no mucho sentido. Un día me contó que dejó de verla, pero que en su corazón nunca habitó ni habita el olvido.
Cuando vi que se le empañaban los ojos llamé al camarero y pedí otras dos cervezas. ¡Por ella; por ti, amigo, por nosotros!