jueves, 31 de agosto de 2023

Mañana será otro día y verá el tuerto los espárragos.

Debió ella de verme en numerosas ocasiones angustiado, casi siempre por motivos escolares, exámenes, algún trabajo y poco más. Que otras razones no creo que inquietasen mi infancia y adolescencia, pero no porque no afectaran a mi ánimo, sino más bien porque no existieron, y si las hubo, pasaron de refilón. Que me hiciera perder totalmente el sosiego, tal vez una, pero esa merecería varios folios para ser contada.
Volvamos al principio. Situaciones de ansiedad sólo las relaciono con el instituto y fueron pocas: días previos a exámenes, falta de tiempo, inseguridades, necesidad de no fallar, cosas así. Otras cuestiones ajenas al estudio que me inquietaran no recuerdo, ni de relaciones con amigos y compañeros, ni problemas en la calle con conocidos o extraños. Así que circunscribo el tema de este día al ámbito doméstico y más próximo, a cuando no sé qué hora sería, que ya no podías más, la cabeza estaba embotada y ese examen será dentro de dos días —que siempre yo preparaba esas cosas con tiempo—, y mi madre lo detectaba con el radar de madre y me animaba a dejarlo y descansar con un:

«Mañana será otro día…, y verá el tuerto los espárragos».

Con lo que me venía a decir que al día siguiente todo se vería con mayor claridad, y los conceptos se asimilarían fácilmente, y no habría malestar, al contrario.

Yo seguía su consejo y comprobaba que aquello siempre funcionaba, que por la mañana la mente estaba despejaba, dispuesta a recibir con fluidez el conocimiento que hacía unas horas rechazó. Y continué utilizando aquella recomendación que he repetido como un mantra a lo largo de mi vida.
Y ha sido ahora, cuando me he puesto a teclear sobre este dicho, para incluirlo en mis decía mi madre, cuando me doy cuenta de cómo el refranero se contradice una y otra vez —y cuenta nos damos en muchas ocasiones—. Porque, ¿dónde queda el no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy?; pero no te equivoques Mánuel, que este último está referido más al ámbito de la pereza y no a la falta de aptitud momentánea.
Voy más allá al descubrir que el refrán, cuya autoría, dentro de mi más infantil ingenuidad, yo siempre quise atribuir a mi madre, lo encuentro en el Centro Virtual Cervantes —en su Fundamento y sentido de la expresión…— donde cuenta que ya lo recogió Francisco Rodríguez Marín (1855-1943), que fue académico de la lengua, en su obra Dos mil quinientas voces castizas y bien autorizadas que piden lugar en nuestro léxico (1922), y relata la anécdota que dio lugar a la frase:

…el tuerto del dicho salió a recoger espárragos en la oscuridad de la noche. Sumemos la tiniebla nocturna a su defecto ocular, y entenderemos por qué, al no acertar en la furtiva recolección, dijo el tuerto aquello de mañana será otro día.

Y entiendo el curioso remate del aforismo: y verá el tuerto los espárragos, en el que nunca me había parado a pensar y ahora sí lo hago. Y veo la correspondencia existente entre la dificultad visual que entraña la búsqueda de la plantita de marras y el escaso trabajo físico o mental cuando los músculos o la mente no acompañan. En deshonor mío diré que sólo he intentado en dos ocasiones encontrar espárragos, una vez con un amigo y otra, precisamente, con mi madre, y en ambas obtuve cero resultados, mientras mis acompañantes sí conseguían localizarlos.
Y ahí está la moraleja del asunto, que con el cuerpo descansado y la mente despejada, las posibilidades de conseguir resultados positivos son muy altas, tanto que hasta un tuerto sería capaz de ver los espárragos que muchos, con dos ojos sanos, no advertimos ni aunque nos lo señalaran con la navaja:

Pero Manuel Fernando, ¿no lo ves?, si está ahí.
— No, mamá, que no lo veo.