Escribía en los anteriores «Decía mi madre» sobre mi pretérita condición de desordenado, y ahora, al sentarme delante del teclado y disponerme con otro, me doy cuenta, como no puede ser de otra manera, que la mayoría de aquellas expresiones iban dirigidas exclusivamente a mí. Que no imagino a mi madre soltando a otros las lindezas que me dedicaba.
Y al igual que la anterior, que con el tiempo he superado relativamente —puede existir el desorden, pero sin perder el conocimiento de la ubicación de las cosas—, sucede parecido con la opinión, sentires e ideas que uno ha tenido y tiene. Con catorce calendarios, la vida por delante y alrededores era de una manera; distinta pocos años después; radicalmente opuesto a todo lo anterior resultaban los pareceres tras conocer otros lugares y personas; y qué decir si quienes han modificado radicalmente tu vida son los hijos.
Así que siempre abierto y dispuesto al cambio, de manera natural, todo dentro del orden que el tiempo y el aprendizaje proporciona. Hasta ahí, bien.
Pero parece ser que un servidor debió de extremar esas condiciones, y desde edad temprana ya mostré síntomas de cambios precipitados en mis comportamientos puntuales, confundiendo a mi madre con criterios dispares y sin dar seguridad ante tal o cual convencimiento. De ahí que ella acuñara con precisión certera la frase:
«Cada vez que meas te da una idea»
Posiblemente la aserción, que inequívocamente estaba dedicada a mí, no sea suya. La conocería de antemano y había encontrado en su hijo una buena razón para utilizarla con frecuencia.
La imagino ofreciéndome algo, o pidiéndome una opinión, yo contestando inmediatamente y ella encantada con la respuesta, marchando a sus cosas o a llevar a cabo lo que aquella contestación conllevara. Tiempo después, más bien pronto que tarde, el parecer de antes se había tornado en otro con el consiguiente malestar por su parte y la posterior coletilla en la que se mezcla el mear y la idea. Y esto debió ocurrir con frecuencia pues la frase lleva implícita la reiteración. Y es que se orina con asiduidad.
El tiempo ha hecho, me ha hecho, que aquellas inseguridades hayan ido desapareciendo poco a poco, que las ideas más básicas y profundas no sólo no hayan cambiado, sino que se han afianzado aún más. Cuestiones políticas, sociales, morales, son las mismas desde hace años, sólo modificadas con leves matices por el paso del tiempo, las circunstancias que se viven y el conocimiento adquirido. Y, como no, también movidos por sutiles impulsos emocionales.
Hágase esto extensible a las pequeñas cuestiones domésticas, del día a día, donde la primera decisión es la que se tomará, porque la experiencia es la que te aconseja y el gusto ya está muy bien definido. Ante la duda, te tomarás un tiempo de reflexión, o con suerte se tendrá al lado a otra persona que decidirá o aconsejará, seguramente, por el acuerdo con el que uno terminará estando de acuerdo. La madurez te hace consentir y validar a otros; aunque, llegado el caso, también negarlos, pero motivándolo, sin acritud en la respuesta.
Y el tiempo será tan corto que no habrá que perderlo en pensar, en dudar, ni en cambiar de opinión. ¿O sí?
Lo que sea, pero pa’lante.