«Dímelo andando»
Que no era nada más que seguir hablando, pero permitiendo que ella pudiera continuar con lo que se trajera entre manos.
No
cabe duda que llegó un momento en que me interesé por el origen de la acertada y
siempre resuelta orden. Me contó, y es la única versión que conozco —la red
de redes no me da ningún resultado al respecto—, que allá por la posguerra
hubo un alcalde en la ciudad de Toledo al que le incomodaba que sus convecinos
se pararan a charlar cuando se encontraban por las estrechas calles de aquel
lugar, provocando tapones que impedían el paso de otros. Y es que realmente las
calles de esa ciudad, en su casco más céntrico, son bastantes angostas y
cualquier aglomeración humana, por muy pequeña que sea, tres o cuatro personas,
debe fastidiar al viandante. Así que el regidor
de la ciudad, en su afán de aliviar el tránsito peatonal de las calles, ordenó
a sus municipales que “disolvieran” los grupitos de tertulianos que vieran parados
en ellas. Los funcionarios, prestos a su labor, no dudaban en separarlos,
pacíficamente eso sí, con la frase recomendatoria que años después me diría mi
madre.
Dicen que tal
éxito tuvo aquella expresión que el alcalde terminó siendo apodado como
don Dímelo Andando, lo cual, estoy seguro, no desagradaría al buen señor.
Pero
a saber de la verosimilitud de aquello, que como anécdota queda muy bien,
aunque como recomendación de mi madre, es una auténtica joya.