Me levanto, son las 8’00 de la mañana, ligero aseo y un café, descafeinado y edulcorante —así es siempre en casa, en la calle con cafeína y azúcar, sin motivo aparente por esta dicotomía— y toma de contacto con la actualidad. Me visto con ropa informal, pocas veces de chándal, en verano pantalón corto y camiseta, y a la calle para una larga caminata, a un paso no muy rápido, pero nada lento, no se trata de pasear. Hasta las 10’30 horas, poco más o menos.
Vuelta a casa, pongo orden en el dormitorio y en donde vea el más mínimo caos. Una ducha, un par de tostadas y otro café. Me siento a escribir, pintar, leer, enredar, lo que las ganas me pidan en el momento.
A las 13’00 horas, vuelta a la calle por si necesitara algo: tomar el sol, comprar víveres o saludar a algún amigo. Una hora después, en la cocina preparando la vianda del día, que estará ingerida hacia las 15’30 horas; limpieza y nuevo ordenamiento.
Sin más dilación, SIESTA, con mayúsculas.
17’00 horas, café y vuelta a enredar, y si es época en que el sol calienta la terraza, pues ahí que me sentaré a calentarme. Y si el cuerpo pide calle, me voy a la calle, pero esta vez de paseo, nada de zancadas veloces. Sea lo que sea, haga lo que haga, a las 21’00 horas una frugal cena. Las siguientes dos horas, televisión; y ya en la cama lectura de lo que esté sobre la mesilla. A medianoche, apago la luz, cierre de ojos y un buen pensamiento que me ayude a conciliar el sueño.
Me acabo de despertar y, por una vez, recuerdo punto por punto, y aquí dejo palabra por palabra, el sueño que esta noche he tenido.

No hay comentarios:
Publicar un comentario