domingo, 17 de diciembre de 2023

Hay que ver, lo tienes todo al retortero

Cuando he recordado la frase que hoy traigo aquí, me he dado cuenta que será la tercera que va sobre el mismo tema. Porque a ver, si “lo tienes todo manga por hombro” y “un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio” hablaban sobre el relativo desorden que un servidor debió de tener para con sus cosas, ésta de ahora es análoga a las dos anteriores, viene a decir lo mismo. A pesar de ello no me resisto a dejarla en el olvido, porque es otro de esos Decía mi madre, recurrentes en mi vida, que me han perseguido siempre, en el mejor de los sentidos, cada vez que en casa o en el trabajo desaparecía el orden físico de las cosas y la mesa se transformaba en un montón de papeles que pedían mechero como única solución para restablecer la armonía.
Era entonces cuando mi madre, oportuna siempre, entraba en la salita chica y me espetaba un amenazante:

«Hay que ver, lo tienes todo al retortero»

Retortero, menuda palabreja de la que nunca me preocupó su significado exacto. Bastaba con recordar la frase para entenderla perfectamente y asociarla con el orden de las cosas, o mejor, con su ausencia. Cuántas veces, al verme invadido por libros, carpetas, revistas que se mezclaban con materiales y útiles profesionales o relacionados con alguno de mis entretenimientos, he pronunciado mentalmente o apenas bisbiseando la frasecita, para inmediatamente reordenar el campo y restablecer un orden que terminaría por desaparecer tarde o temprano; y así una y otra vez, hasta hoy. Bueno, hoy en día la cosa ha mejorado sustancialmente, que un ordenador hace mucho, y por eso lo llamamos ordenador.
Pero hoy me ha preocupado su verdadero significado, entre otras razones porque me apetece darle a la tecla, y no he encontrado mejor expresión asociada a mi madre y dirigida a mí —y tengo muchas— que la de retortero que, por cierto, tiene más alcances que el que creía conocido. Basta con entrar en el DRAE y leemos varios que, por cierto, nada tienen que ver con el que hoy trato. Esa ha sido mi gran sorpresa: los señores académicos obvian a la Sra. Consuelo y se van por los cerros de Úbeda definiéndola como «Vuelta alrededor» o «Cerco o mancha que rodea algo». Y continúan con expresiones coloquiales del tipo: andar sin sosiego de acá para allá, traerlo a vueltas de un lado a otro, y unas cuantas más que no vienen al caso. ¡Por Dios!, qué tendrá que ver una cosa con la otra.
Menos mal que hay otros que, entre sus variadas ocupaciones, también se dedican a lo mismo —significar palabras—, como es el caso de la Fundación BBVA que, a la vez que da la razón a la RAE, amplía y dice: «al retortero: en desorden o en forma revuelta». Ya está, ésta es en la que me reconozco, ni dar vueltas desasosegadamente, ni otras que leo por la red, como engañar con falsas promesas o fingidos halagos, o dar continuas y apremiantes ocupaciones a alguien para no dejarlo parar.
En definitiva, la palabra Retortero, si va precedida de la contracción al significa que yo lo tenía todo desordenado, desperdigado, desparramado por la mesa, mal colocada la ropa en el armario, amontonadas las cosas en los cajones y que de esa manera no había dios que encontrara nada.

En este instante, giro mi cabeza hacia la puerta de mi cuarto de estudio e intento imaginar a mi madre entrando y no diciéndome que lo tengo todo al retortero, porque, efectivamente, no lo tengo, que el tiempo y sus años me han reconducido a mejores costumbres y, en general, mi ropa cuelga ordenadamente en el armario, los cajones saben lo que contienen y el espacio sobre mi mesa permanece bastante más cuidado y despejado a como siempre estuvo.

 

miércoles, 8 de noviembre de 2023

¿No pensarás salir así, a cuerpo gentil?

Hubo ocasiones, y debieron de ser muchas, en las que la vestimenta que portara no debía de ir acorde con el tiempo que hacía cuando me disponía a salir a la calle. Ya habría entrado el otoño y la temperatura exterior requería ir más abrigado, o incluso sería invierno y un servidor se atrevía a afrontar un paseo con sólo un jersey sobre la camisa.
Con toda seguridad era algo que hacía inconscientemente, cosas de la edad, sin pensar momentáneamente que aquellas estaciones eran de temperaturas extremas, a la baja, y si además venían acompañadas de viento, aunque sólo fuera ligero, más aún.
Pero para eso estaba mi madre, para evitarlo, impedir que me enfrentara de esa manera a los elementos. Y como si de un guardia de tráfico fuera, me daba el alto en mitad del caño de casa y, a modo de pregunta, me soltaba la recomendación:

«¿No pensarás salir así, a cuerpo gentil?»


Pues sí, lo pensaba, pero no salía, que inmediatamente daba media vuelta y buscaba una prenda de abrigo. Pero la verdad es que lo pensaba a medias, porque la idea era salir de esa manera, escaso de ropa, mas ¿a cuerpo gentil?, ¿cómo que a cuerpo gentil? Porque no tenía ni idea qué significaba aquella expresión.
Sabía lo que era un cuerpo, sin duda, y conocía el significado de la palabra gentil, o como mínimo lo intuía. No con la seguridad que ahora tengo, que soy capaz de mencionar lo menos diez sinónimos: agradable, amable, apuesto, atento, correcto, cortés, donoso, educado, elegante, gallardo, garboso, galán, generoso, hermoso y también gracioso, pero no de chistoso, divertido o jocoso, sino de agraciado, afable y simpático, o sea, tener gracia.
Es ahora y no veo la relación entre ir escaso de ropa cuando las condiciones meteorológicas aconsejan lo contrario y el cuerpo gentil. Ni idea, pero la expresión está ahí y desde luego lleva mucho tiempo, mucho antes de que mi madre me la repitiera tantas veces.
Y ya sé que significa lo que vengo diciendo, que es salir a la calle con poca ropa y poca temperatura, e incluso «sin llevar ropa de abrigo» como nos dice el DRAE. Lo que me lleva a dejar algunos sinónimos más de la frasecita, como pueden ser: desabrigado, despechugado, con poca ropa y desnudo, que es lo más de este tipo de gentileza.
Pero como la cuestión no podía quedarse sólo en lo meteorológico, en mi afán por documentarme para este decía mi madre he encontrado otro significado a la frase, y que me ha parecido acertado incluirlo aquí a modo, una vez más, de sinónimo, y que alude a quien asiste a una reunión, evento, viaje y no lleva ni aporta nada para compartir, mientras que el resto del grupo contribuyen con bebidas, comida u otros obsequios. En este caso estaríamos hablando de gorrones, caraduras y aprovechados. Más sinónimos.
Por último, y termino, descubro un pequeño giro al modismo, que no es más que eliminar la palabra gentil, quedando la frase en un «no salgas a cuerpo», lo que encuentro totalmente válido, con todo su significado y, lo más importante, la entiendo mejor.

jueves, 21 de septiembre de 2023

Para qué hacer caso a medios días habiendo días enteros

No tengo claro en qué circunstancias me decía mi madre la frasecita que ahora traigo. Pero sí recuerdo que bien bien, nunca la entendí; o no la entendí por entonces. Quizás hoy tampoco, porque leo por ahí versiones distintas sobre su significado. Trataré de aclararme a lo largo del presente escrito.
Tampoco tengo claro cómo era exactamente el aforismo. Aunque básicamente dudo entre dos y la diferencia es casi nada. Una es «déjate de medios días habiendo días enteros», y la otra es la que más se aproxima al recuerdo, y que está en el gesto de indiferencia de mi madre hacia mí, girando la cabeza y dejando de mirarme. Gesto que venía tras oírme alguna ocurrencia sin sentido, una respuesta poco acertada, una explicación confusa, yo que sé. Porque nunca llegué a asociar la situación que fuera con la frase en cuestión. Vamos, que nunca la entendí.
Bueno, la frase, la segunda de las dos es:

«Para qué hacer caso a medios días habiendo días enteros»

En mi ignorancia siempre he pensado que era cosecha de ella, al igual que casi todos estos decía mi madre, y que durante media vida me han servido para engordar algo mi vanidad, pues aun creyendo que estaban dedicados a mí, apenas si me han molestado, al contrario. Así que siempre los vi de manera positiva, de recuerdo agradable, con una leve sonrisa.
Hace unos momentos, cuando me disponía a escribir esto, di un paseo por la red y busqué significados del refrán, a fin de poder asegurar el concepto y reflexionar lo más acertadamente posible. Cuál no sería mi sorpresa al observar la variedad de interpretaciones que parecen existir.
Una de ellas encuentra en el refrán un consejo: “no perder el tiempo en actividades que dejamos incompletas, sino que debemos abordar proyectos o tareas con plena dedicación y completarlos en su totalidad”. Para lo que habrá que estar seguros, al iniciarlos, que seremos capaces de darles fin de manera efectiva. Y eso no suele ser fácil: ¿cuántas veces nos hemos rendido ante algo por falta de medios, de pericia o, y eso es lo peor, de voluntad? Y entonces es cuando nos quedamos en los medios días.
La siguiente también interpreta el refrán como un consejo: “que no debemos hacer caso ni perder tiempo con rumores o habladurías”. O lo que es lo mismo, no entretenernos en aquello que no es importante o que nos vaya a aportar poco, o incluso nada, al tratarse de cuestiones que seguramente sean meras patrañas.
La anterior parece enlazar con la siguiente: “Ignorar los consejos de personas que no nos importan”. Que, aunque sean conocidos, compañeros de trabajo o vecinos, no pertenecen a ese círculo más pequeño, más íntimo. Son gente con la que podemos tener afable trato, pero hasta ahí, no más. Y esos no son quienes, o no deben serlo, para darnos recomendaciones ni a las que debemos permitir opiniones sobre nosotros o nuestras acciones. Esos son los medios días del refrán.
Esta última me parece acertadísima, tal vez la que más. Dice: “no voy a discutir con un tío que no tiene conocimiento ni para pasar el día”. Que viene a sugerir que hay personas que no merecen la más mínima conversación, ni una explicación, ni una respuesta. Y las conozco, y algunas de ellas no llegan ni al medio día.

Todo lo anterior me da a entender que la frase de hoy es aplicable en variados contextos, y seguramente es así cuando la empleo. No con la asiduidad que el recuerdo me hace asignársela a mi madre, que parece ahora que se la estoy escuchando. Aunque sin saber en qué contexto estábamos cada vez que me la decía.
Vaya, he terminado casi con la misma frase que comencé. «Pero te falta el casi», que decía mi madre.

Nota final: Estoy pensando, ¿y si para ella era yo el medio día? Dios mío, qué fracaso de vida la mía.

jueves, 7 de septiembre de 2023

Te voy a dar más palos que a una estera vieja.


Definitivamente he de reconocer que tuve que ser un niño gamberro, o que mis gamberradas, por suaves e inocentes que fueran, hubieron de sacar de quicio a mi madre en incontables ocasiones. O tal vez no eran gamberradas, a lo mejor fueron simples salidas de tono, algunas desobediencias, mentiras —que si eran pequeñas se llamaban mentirijillas—, cosas de chiquillos que no dabas importancia, hasta que estabas delante de ella y comprobabas que sí, que aquello iba a tener trascendencia. Y que durante algunos días no ibas a olvidar la bronca, el castigo y su motivo.
La secuencia de los hechos siempre venía a ser la misma: me había cogido en un renuncio, se había enterado de alguna cosilla fea mía o cualquier asunto no incluido en su Tratado de moralidad y manual de usos y costumbres; me pedía explicaciones y yo las daba como buenamente podía —aquí entraban las mentirijillas—, ella no me creía, o en el mejor de los casos sólo a medias. Entonces llegaba el momento, yo lo veía venir, no me equivocaba, era predecible porque siempre lo precedía la frasecita:

«Te voy a dar más palos que a una estera vieja».

Y en más de una ocasión me los dio, aunque a Dios gracias, no tantos como la frase refiere ni con la intensidad que en ella se supone. A ver, que nadie se llame a escándalo ni engaño, ni dramatice. Hagan el favor de trasladarse por un instante a los años sesenta del pasado siglo y verán como lo entienden.
Pues sí, hubo palos, la verdad no muchos, los suficientes como para recordarlos, reflejarlos aquí y reconocer que, aunque no están olvidados, tampoco están perdonados porque no necesita perdón algo o alguien que no ofendió.
Y no hubo muchos porque casi todos los esquivé, que a la primera voz más alta que las anteriores echaba a correr escalera del doblao arriba, adonde mi madre no solía llegar. Eso implicaba mi permanencia en el lugar —¿hasta cuándo? —, a la espera de que el berrinche se le pasara pronto, lo cual era difícil, que siempre tuvo buena memoria para sus cosas y esas situaciones requerían tiempo. Menos mal que allí había asuntos de entretenimiento para los que el tiempo se detenía y mi abstracción llegaba a ser total.

Con el paso de los años entendí que el refrán era una pura metáfora, una expresión coloquial: que los palos no eran sólo con la alpargata de mi madre, que el sacudidor de mimbre podía estar, a lo largo de la vida, en manos de muchos, y que la mayoría de esos golpes que te han ido dando no han dejado nunca marcas en la piel de afuera. Que en la vida las guantás te las soltaban con más frecuencia con la boca, con críticas y reproches, respuestas cortantes y ofensivas, con problemas, con olvidos y deslealtades. Y en ocasiones como esas sí te has sentido una estera vieja.
En las vividas con mi madre, no. En aquellas yo era el insumiso y ella la encargada de pararme los pies, de moderar comportamientos utilizando su pericia y sus medios, que en ocasiones comportaba algún exceso físico y que, en la mayoría, ya lo he dicho, yo eludía.

Recuerdo ahora una de aquellas situaciones, en el salón de mi casa, bueno, recuerdo a partir de lo de los palos a la estera vieja, y veo a mi madre junto a la mesa camilla, zapatilla en mano, y yo enfrente, en la otra banda; ella que da un paso al lado para buscarme, y yo que doy otro huyendo; y así un rato, retándonos, dando alguna vuelta; ella sigue con la alpargata enarbolada, amenazante, y yo sin encontrar el momento de huir; y otra vuelta, y otra. Y como en casos parecidos me decía otra de sus frases ya legendarias con las que trataba de controlar la situación: «no me hagas barreritas que te enteras».
Ésta última he de desarrollarla en otra ocasión.

jueves, 31 de agosto de 2023

Mañana será otro día y verá el tuerto los espárragos.

Debió ella de verme en numerosas ocasiones angustiado, casi siempre por motivos escolares, exámenes, algún trabajo y poco más. Que otras razones no creo que inquietasen mi infancia y adolescencia, pero no porque no afectaran a mi ánimo, sino más bien porque no existieron, y si las hubo, pasaron de refilón. Que me hiciera perder totalmente el sosiego, tal vez una, pero esa merecería varios folios para ser contada.
Volvamos al principio. Situaciones de ansiedad sólo las relaciono con el instituto y fueron pocas: días previos a exámenes, falta de tiempo, inseguridades, necesidad de no fallar, cosas así. Otras cuestiones ajenas al estudio que me inquietaran no recuerdo, ni de relaciones con amigos y compañeros, ni problemas en la calle con conocidos o extraños. Así que circunscribo el tema de este día al ámbito doméstico y más próximo, a cuando no sé qué hora sería, que ya no podías más, la cabeza estaba embotada y ese examen será dentro de dos días —que siempre yo preparaba esas cosas con tiempo—, y mi madre lo detectaba con el radar de madre y me animaba a dejarlo y descansar con un:

«Mañana será otro día…, y verá el tuerto los espárragos».

Con lo que me venía a decir que al día siguiente todo se vería con mayor claridad, y los conceptos se asimilarían fácilmente, y no habría malestar, al contrario.

Yo seguía su consejo y comprobaba que aquello siempre funcionaba, que por la mañana la mente estaba despejaba, dispuesta a recibir con fluidez el conocimiento que hacía unas horas rechazó. Y continué utilizando aquella recomendación que he repetido como un mantra a lo largo de mi vida.
Y ha sido ahora, cuando me he puesto a teclear sobre este dicho, para incluirlo en mis decía mi madre, cuando me doy cuenta de cómo el refranero se contradice una y otra vez —y cuenta nos damos en muchas ocasiones—. Porque, ¿dónde queda el no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy?; pero no te equivoques Mánuel, que este último está referido más al ámbito de la pereza y no a la falta de aptitud momentánea.
Voy más allá al descubrir que el refrán, cuya autoría, dentro de mi más infantil ingenuidad, yo siempre quise atribuir a mi madre, lo encuentro en el Centro Virtual Cervantes —en su Fundamento y sentido de la expresión…— donde cuenta que ya lo recogió Francisco Rodríguez Marín (1855-1943), que fue académico de la lengua, en su obra Dos mil quinientas voces castizas y bien autorizadas que piden lugar en nuestro léxico (1922), y relata la anécdota que dio lugar a la frase:

…el tuerto del dicho salió a recoger espárragos en la oscuridad de la noche. Sumemos la tiniebla nocturna a su defecto ocular, y entenderemos por qué, al no acertar en la furtiva recolección, dijo el tuerto aquello de mañana será otro día.

Y entiendo el curioso remate del aforismo: y verá el tuerto los espárragos, en el que nunca me había parado a pensar y ahora sí lo hago. Y veo la correspondencia existente entre la dificultad visual que entraña la búsqueda de la plantita de marras y el escaso trabajo físico o mental cuando los músculos o la mente no acompañan. En deshonor mío diré que sólo he intentado en dos ocasiones encontrar espárragos, una vez con un amigo y otra, precisamente, con mi madre, y en ambas obtuve cero resultados, mientras mis acompañantes sí conseguían localizarlos.
Y ahí está la moraleja del asunto, que con el cuerpo descansado y la mente despejada, las posibilidades de conseguir resultados positivos son muy altas, tanto que hasta un tuerto sería capaz de ver los espárragos que muchos, con dos ojos sanos, no advertimos ni aunque nos lo señalaran con la navaja:

Pero Manuel Fernando, ¿no lo ves?, si está ahí.
— No, mamá, que no lo veo.

domingo, 13 de agosto de 2023

Los Señores del Tiempo

Leído por ahí:
Lo que algunos escriben y no siempre me gustaría haberlo hecho yo.
Porque lo que iba a ser una trilogía ya va por tetralogía, pero no voy a pagar dinero y tiempo por la cuarta parte. Incluso me ha sobrado la tercera.




« — ¿Qué te preocupa?
—Me preocupan las estadísticas. Los homicidios contra mujeres suelen ser agresiones sexuales o violencia intrafamiliar. En cambio, los homicidios contra varones son agresiones físicas, ajustes de cuentas o... O Dios no lo quiera, actos de depredadores».

«... Ustedes tienen que saber el dato, ¿cuánto tarda una persona en hablar en pasado de alguien a quien ha querido mucho?
“Cinco días de promedio”, callé. No era momento de estadísticas.
—Lo que necesite cada uno, me temo —contesté en voz baja».

« —Mi familia gestiona las tierras desde hace centurias. En su momento también el molino, la ferrería, el paso del puente y la iglesia. No quisiera que confundieran esta afirmación con un pecado capital como la soberbia, pero mi linaje no trabaja».

«Me levanté de allí, a ver quién era el guapo que remontaba el día».

«Y así, en silencio, quedó sellado nuestro pacto: “Ya que estamos condenados a morir en breve, no vamos a renunciar a nada”».

«A Ramiro Alvar le tembló la barbilla y alargó un dedo hasta el nombre de su hermano para eliminar el polvo de las letras.

— Empezó como empiezan todas las historias cuando eres joven, supongo. Empezó por amor».

« — Marchad con Dios, tenente. Queda buen recuerdo de vos en esta villa. No creo que volvamos a vernos, os deseo que la muerte os siga siendo esquiva —me despedí».


De Los señores del tiempo, de Eva García Sáenz de Urturri

 

jueves, 20 de julio de 2023

¿Qué, mirando a las musarañas?

No sé si fui un niño despistado o si me distraía con cualquier cosa, perdiendo la concentración de lo que estuviera haciendo. O si puntualmente no atendía a una llamada y me quedaba absorto mirando al infinito con la barbilla apoyada en el puño. O tal vez fuera que no tenía nada nada que hacer y la mente se quedaba en blanco.
No, no lo sé.
Lo que sí sé, porque lo recuerdo perfectamente, es que en momentos como aquellos mi madre me sacaba de mi ensimismamiento con un:


«¿Qué, mirando a las musarañas?»

 

Apartándome de aquel estado y devolviéndome a la tierra y al quehacer abandonado.

Recuerdo que me tuvo, durante algún tiempo, un poco preocupado la preguntita, la cual tenía una variante con el verbo pensar: «¿Qué, pensando en las musarañas?». Y me preocupó porque no entendía, por desconocimiento, lo de las musarañas. Porque volvía a suceder y yo no había visto ni pensado en nada, la mente había estado vacía, ningún pensamiento; y la vista, la vista menos, todo había sido borroso, sin definición, como una fotografía muy desenfocada, si acaso unas manchitas que se movían. ¿Serían esas las musarañas?

Había que salir de dudas, en demasiadas ocasiones me había perdido con esas musarañas y yo no sabía qué o quienes eran. Tenía que averiguarlo.


Así que tiré de enciclopedia, de la Espasa Calpe, diccionario enciclopédico abreviado de siete tomos más dos apéndices, edición de 1957 que mi padre había adquirido, según me dijo, recién nacido un servidor. Y en el tomo V, página 1078 aparece el término: 
Musaraña, con su traducción a algunos idiomas, su etimología, y seis acepciones, de las cuales identifiqué al instante la tercera:

«fig, y fam. Especie de nubecilla que suele poner delante de los ojos».


Eso era lo que me pasaba y a lo que se refería mi madre, yo me quedaba viendo unas nubecillas sin forma ni color. Pues ya está, eso era, eso era mirar las musarañas.

Sin embargo, como mi madre también se refería a mis pensamientos, porque me preguntaba sobre ellos y los relacionaba con las dichosas musarañas, pensé que debía haber algo más y seguí leyendo. Supe entonces que existían unos animalillos así llamados, parecidos a los ratones, pero que no tenían nada que ver con mi asunto.

Llegado al quinto significado lo encuentro:


«Mirar uno a las musarañas. fr. fig. y fam. Mirar a parte distinta de la que se debe por estar distraído».

Y en el sexto:

«Pensar uno en las musarañas. fr. fig, y fam. No poner atención en lo que hace o dice uno mismo u otra persona».


He de admitir que, a pesar de que entendí perfectamente el significado de aquella expresión, no le puse remedio, y mi madre debió de seguir despertándome en muchas ocasiones de mis embelesamientos, sacándome a veces de estados placenteros o retornándome a la realidad de la que me había apartado.

Con el tiempo ya no he tenido esos trances en blanco, creo que no, mi mente y mi sentido de la distracción actúan de otra manera, han madurado: cuando momentáneamente eludo una tarea, cuando la mente se me va, cuando me despisto, es como si me fuera a otro asunto, a otro tema que me preocupe o en el que me apetezca pensar y entonces incluso lo desarrollo, lo escribo, lo dibujo, lo sueño, Pero siempre hay alguien que me retorna, o un ruido o yo mismo. Qué faena.

En definitiva, que mirar musarañas ya no miro, y cuando pienso en ellas no las veo parecidas a los ratones, porque no son roedores.

domingo, 9 de julio de 2023

La fotografía inédita de un miliciano de la Guerra Civil...

Leído por ahí:
Lo que algunos escriben y me gustaría haberlo hecho yo.
Y en ese caso, tal vez, habría hablado de que durante sesenta y nueve días, fuerzas superiores en hombres y recursos, no fueron capaces de superar la montaña de escombros en que convirtieron el Alcázar, tras la que se defendieron quienes a la postre moralmente les derrotaron.

La fotografía inédita de un miliciano de la Guerra Civil hecha por Robert Capa y Gerda Taro en Toledo.

Alejandro Sahorí Valero, 08 mayo 2023, Toledo

La fotografía que acompaña a esta noticia ilustra a un miliciano en una barricada de la plaza de Zocodover. Es el verano de 1936 y Robert Capa y Gerda Taro están en Toledo, refugiados tras su cámara, una de las más prestigiosas del fotoperiodismo mundial, en las trincheras junto al bando republicano, después del golpe de Estado cometido por parte del Ejército español.

La imagen es inédita y ha sido recuperada por el blog Toledo GCE, una iniciativa de Carlos Vega Hidalgo, que rebusca entre los documentos el contenido audiovisual de la Guerra Civil española, mucho menos documentada que otros conflictos bélicos. El blog, que también es una herramienta de investigación, cumple 10 años y es ahora cuando ha rescatado de la fotografía de una exposición que se realizó en Japón.

«Es más que probable que (la imagen) fuera realizada ese mismo 18 de septiembre en la plaza de Zocodover durante los asaltos por la fachada norte del Alcázar», explica Vega su blog. La fotografía es un retrato de un miliciano «cargado con varias granadas modelo Laffite que se encuentra expectante al otro lado del parapeto mientras en la zona del Alcázar estaban sus compañeros ascendiendo entre los escombros», asegura el investigador.

 ¿Quién hizo la foto, Capa o Taro?

Sobre la autoría de las fotografías firmadas por el nombre de Robert Capa hay tantos ríos de tinta escritos como preguntas en el aire. Sobre esta fotografía, Carlos Vega explica que «aunque el catálogo da la autoría a Robert Capa, no significa que fuera él quien disparó la cámara, ya que firmaban ambos con ese pseudónimo en 1936 y se intercambiaban las cámaras».

Capa y Taro, Taro y Capa realizaron muchas más fotografías del Toledo en la Guerra Civil, algunas las recoge el propio Toledo GCE, otras aún están por descubrir. «La obra fotográfica de Capa y Taro en Toledo es mucho más extensa de lo que imaginamos y poco a poco irán apareciendo nuevas instantáneas».

 

https://www.encastillalamancha.es/cultura-cat/fotografia-inedita-guerra-civil-espanola-robert-capa-gerda-taro-toledo/

 

jueves, 22 de junio de 2023

Culo veo, culo quiero

Al hilo del anterior «decía mi madre» en el que hablé de aquellos mis continuos cambios de opinión, he recordado un refrán que veo muy unido a aquella frase —«cada vez que meas te da una idea»—, cuyo origen bien pudo estar en mi propia madre dada la pureza, claridad y poca suspicacia que la expresión tiene. No así, sin embargo, en el dicho que hoy trato, que es un conocido del refranero popular español y que alude directamente a la envidia, esa pasión eterna del ser humano, la sexta en la lista de los siete pecados capitales que tiene la iglesia católica fijados como grandes faltas a evitar, y que concretamente en el individuo español dicen que es la primera.

El DRAE la define, a la envidia, como «Tristeza o pesar del bien ajeno»; lo que parece una consideración suave, casi tierna. Más adelante, en su segunda acepción dice «… deseo de algo que no se posee.» Esto entra más en el concepto que todos solemos manejar, que es el que me trae hoy aquí, y que cualquiera que lea esto podría pensar que si de la envidia escribo es porque soy o fui envidioso. Sobre la actualidad decir que no, rotundamente no, pero —¡ay los peros! — con matices. Sin embargo, en el pasado lo debí de ser, que es lo que siempre he pensado pues recuerdo con claridad que no menos de en muchas ocasiones mi madre me espetaba:


«Culo veo, culo quiero»


Expresión antigua que, según leo, aparecía en el Diccionario enciclopédico hispano-americano de 1890, donde se la define como «Refrán con se moteja de sumamente antojadiza a una persona», y que incluso tiene variante en el idioma francés «Qui cuir voit tailler courroie demande», que puede traducirse como «quien ve cortar cuero, cinturón pide».

Nota:

El uso de la palabra culo en el refrán alude directamente a la parte del cuerpo humano, bien en el hombre o en la mujer, que desde los dos sexos puede ser objeto de admiración y deseo, sobre todo en el caso de que el culo mirado sea bello y atractivo.

Sin duda, el refrán tiene una gran carga de intención sexual que queda reprimida, y totalmente velada, por su significado, que no es otro que la irrebatible condición de superioridad de la envidia sobre cualquier otro pecado. En este caso, sobre

 

Otra nota:

Leo algunas variantes, tales como «culo veo, culo deseo», «culo vi, culo quisí» y «si culo veo, de culo me da deseo».

Supongo que algunas más habrá.

 

Decía que debí de ser envidioso, si no ¿a qué se debe la frasecita de hoy?, porque afirmarlo con precisión no puedo. No recuerdo actitudes en mí en las que reclamara caprichos de manera incesante que produjeran en mi madre berrinches, que era la palabra que ella utilizaba cuando a los enfados se refería; pero haberlos, los antojos, tuvo que haberlos. Para qué negarlo. Pero ojo, estamos hablando de cuestiones materiales, no vayamos más allá.

En mi infancia tuve los caprichos, y cumplidos los deseos, que mis padres pudieron permitirme, y que no debieron de ser excesivos, pues previo a la decisión que tomaran, muchas serían las cuentas que se echarían, en especial la señora Consuelo que, sabiendo como sabía de lo que disponía, era perfecta conocedora de hasta dónde podía llegar. En la mayoría de los casos la cuestión quedaba zanjada con el rotundo refrán.

Y durante los muchos años que siguieron a aquella infancia, he tenido lo que he podido tener, y me he permitido los caprichos a los que he podido acceder. Siempre movido por un deseo propio, interno e íntimo, quizás hasta por una necesidad que a la postre resultó no ser tan necesaria. Pocas veces me movió el deseo de poseer palgo por vérselo an un amigo, un vecino, un compañero e incluso un rival en el campo que fuera. Nunca, por el hecho de que otros tuvieran eso o aquello, era necesario que yo también lo poseyera, y así poder sentirme igual a ellos o estar a su altura.

Quede claro, no he sentido celos por situaciones vividas por otros, ni malestar hacia el que ha conseguido aquello por lo que yo también pugnaba. Siempre me he conformado con lo que, con los medios que he contado, he obtenido en mejor o peor lid; y si con alguien hubo que enojarse ante el fracaso o la no consecución del objetivo, siempre fue conmigo.

Con el paso del tiempo, no me he visto reflejado en el refrán, no he necesitado querer lo que en otros veo, ni siquiera empujado por la publicidad y las modas: si lo quise y gasté en ello, siempre fue por decisión y cuenta propia, sin ningún tipo de obligación, y menos por impulsos consumistas.

Pero, ¡ay!, volvemos a los peros. ¿Qué decir de cuando a la envidia la suavizan, perdonan y ensalzan calificándola de sana? Envidia sana, que no sabemos si es envidia o admiración. Yo, que de esa sí he sentido y siento mucha, me quedo con lo segundo, con la fascinación que me produce lo que otros consiguen o hacen gracias a su valía y sus cualidades, y que, claro está, yo quisiera conseguir o hacer.

Llegados a ese punto no me queda otra que concluir, reconociendo sin complejos, que cuando he carecido de las virtudes necesarias para igualar al otro, la posible envidia quedaba, siempre, totalmente disipada.


domingo, 11 de junio de 2023

Un sitio para cada cosa, y cada cosa en su sitio

En el anterior Decía mi madre hablaba un servidor sobre la sombra que durante mucho tiempo planeó sobre mi vida y que en tantas ocasiones ella me recordaba: mi supuesto desorden para con las cosas. De ahí el «lo tienes todo manga por hombro» para reprocharme el caos que en ocasiones presentaba la salita donde yo estudiaba; o el doblao, lugar de juegos por excelencia, que pocas veces me preocupé de dejar recogido, pues podía más la pereza que la buena disposición.
El inconveniente que aquello acarreaba se presentaba cuando uno se disponía a realizar una tarea de estudio, reiniciar el juego o simplemente buscar algo cuyo uso debía de ser inmediato. Entonces lo buscabas: debe de estar en este cajón, pues no, ¿dónde lo dejé ayer?, mamá ¿has visto por ahí algo que ahora no encuentro? Y ella pronunciaba lenta y solemnemente, siempre:

«Un sitio para cada cosa, y cada cosa en su sitio».

No cabe duda de que el aforismo es muy acertado. Con el tiempo, me he percatado que, si se sigue el consejo, no es necesario al pie de la letra, basta con que sea de manera leve, la vida se hará un poquito más fácil: se ganará tiempo, se ahorrarán disgustos e incluso discusiones. Porque se encontrará rápidamente lo que se busca, no reñirás consigo mismo y, lo más importante, no te enfadarás con quien haya extraviado la cosa, o quien te la reclame no te reprochará su pérdida por tu culpa.


Es curioso, pero cada vez que me viene a la mente y a la boca la frase en cuestión, porque las circunstancias en ese momento así lo requieran, de manera paralela recuerdo un artículo de Gabriel García Márquez, cuyo asunto principal era precisamente el orden, en el que afirmaba que, en un entorno, digamos personal y doméstico, las cosas no tenían por qué extraviarse, siempre que éstas permanezcan en su sitio. Él escribía, concretamente, que «las cosas se pierden porque salen del circuito normal en el que se las usa»: las tijeras de costura estarán siempre en el costurero, y a él volverán una vez utilizadas; lo mismo con la grapadora, que retornará al tercer cajón de mi escritorio una vez grapados los papeles; el calzador permanecerá siempre en el cajoncito de mi mesilla de noche, porque es en la cama donde me pongo los zapatos. Y así hasta el infinito.
Pero no tiene esto que llevarnos a la obsesión, válgame Dios, ya dije antes que bastaba con seguir el consejo de forma ligera para hacer que la vida sea un poco más agradable. Tampoco es necesario ser capaz de localizar en tu casa y a oscuras, un objeto concreto; no se trata de retos estúpidos.
Mejor vas y enciendes la luz, que precisamente son los interruptores los únicos elementos de los que debes conocer su ubicación exacta.

jueves, 25 de mayo de 2023

Cada vez que meas te da una idea

Escribía en los anteriores «Decía mi madre» sobre mi pretérita condición de desordenado, y ahora, al sentarme delante del teclado y disponerme con otro, me doy cuenta, como no puede ser de otra manera, que la mayoría de aquellas expresiones iban dirigidas exclusivamente a mí. Que no imagino a mi madre soltando a otros las lindezas que me dedicaba.
Y al igual que la anterior, que con el tiempo he superado relativamente —puede existir el desorden, pero sin perder el conocimiento de la ubicación de las cosas—, sucede parecido con la opinión, sentires e ideas que uno ha tenido y tiene. Con catorce calendarios, la vida por delante y alrededores era de una manera; distinta pocos años después; radicalmente opuesto a todo lo anterior resultaban los pareceres tras conocer otros lugares y personas; y qué decir si quienes han modificado radicalmente tu vida son los hijos.
Así que siempre abierto y dispuesto al cambio, de manera natural, todo dentro del orden que el tiempo y el aprendizaje proporciona. Hasta ahí, bien.
Pero parece ser que un servidor debió de extremar esas condiciones, y desde edad temprana ya mostré síntomas de cambios precipitados en mis comportamientos puntuales, confundiendo a mi madre con criterios dispares y sin dar seguridad ante tal o cual convencimiento. De ahí que ella acuñara con precisión certera la frase:

«Cada vez que meas te da una idea»

Posiblemente la aserción, que inequívocamente estaba dedicada a mí, no sea suya. La conocería de antemano y había encontrado en su hijo una buena razón para utilizarla con frecuencia.
La imagino ofreciéndome algo, o pidiéndome una opinión, yo contestando inmediatamente y ella encantada con la respuesta, marchando a sus cosas o a llevar a cabo lo que aquella contestación conllevara. Tiempo después, más bien pronto que tarde, el parecer de antes se había tornado en otro con el consiguiente malestar por su parte y la posterior coletilla en la que se mezcla el mear y la idea. Y esto debió ocurrir con frecuencia pues la frase lleva implícita la reiteración. Y es que se orina con asiduidad.

El tiempo ha hecho, me ha hecho, que aquellas inseguridades hayan ido desapareciendo poco a poco, que las ideas más básicas y profundas no sólo no hayan cambiado, sino que se han afianzado aún más. Cuestiones políticas, sociales, morales, son las mismas desde hace años, sólo modificadas con leves matices por el paso del tiempo, las circunstancias que se viven y el conocimiento adquirido. Y, como no, también movidos por sutiles impulsos emocionales.
Hágase esto extensible a las pequeñas cuestiones domésticas, del día a día, donde la primera decisión es la que se tomará, porque la experiencia es la que te aconseja y el gusto ya está muy bien definido. Ante la duda, te tomarás un tiempo de reflexión, o con suerte se tendrá al lado a otra persona que decidirá o aconsejará, seguramente, por el acuerdo con el que uno terminará estando de acuerdo. La madurez te hace consentir y validar a otros; aunque, llegado el caso, también negarlos, pero motivándolo, sin acritud en la respuesta.
Y el tiempo será tan corto que no habrá que perderlo en pensar, en dudar, ni en cambiar de opinión. ¿O sí?

Lo que sea, pero pa’lante.

domingo, 30 de abril de 2023

Fue un Viernes Santo


Me levanto temprano, antes de lo que acostumbro. Estoy en casa de mi primo y hay que adaptarse. Él vive solo y aunque yo esté ahora aquí, seguirá pensando eso, que vive solo, así que hará el ruido al que involuntariamente está habituado. Y su perro le acompaña, para no ser menos, en lo del ruido.
Directamente voy al baño, evacuo lo que me sobra, me aseo a conciencia y a continuación procedo a disfrutar los churros que el muchacho ha tenido a bien traerme: verdadero motivo, con toda seguridad, por el que me he levantado tan pronto (no hay que dejar que se enfríen).
Estómago satisfecho y cabeza despejada, me siento nuevo. Todo el día por delante, como mínimo la mañana. Le ordeno al coche el camino a seguir, mi memoria no falla, me encamino a Zalamea, de la Serena, no confundir con la de Huelva que es la Real.
El propósito es visitar su castillo, de Arribalavilla es su nombre, que a pesar de las ocasiones en las que he estado en ese pueblo, nunca lo vi. La verdad es que sólo ha sido en dos, en una de ellas ese fue el motivo de la visita, pero no estaba el monumento entonces para recibir a nadie, así que me volví de vacío. Esta vez ya voy algo más preparado gracias a nuevas tecnologías, y estoy informado de su horario de apertura y cierre, y de otras circunstancias.
Los poco más de 40 minutos que me llevan recorrer los 40 kilómetros que separan los dos pueblos son más que suficientes para permitirme disfrutar de uno de los paisajes más hermosos que conozco. La dehesa, campo abierto y sereno, y aquí más porque es La Serena.
La belleza del panorama me lleva, sin poder oponerme, a cuando, debe de hacer casi cincuenta años, vine por este camino un par de veces en el minúsculo coche de la autoescuela. Era por entonces Zalamea el lugar dedicado en la comarca para la realización de las pruebas, escrita y práctica, para la obtención del carnet de conducir.
A la entrada del pueblo paro y observo un enorme mural —ahora los llaman grafiti, aunque éste va mucho más allá de los más conocidos pintarrajeos a los que nos quieren acostumbrar supuestos artistas— que no me resisto a fotografiar.
Tardo en dar con el castillo, calles estrechas y casi nula señalización. Por fin lo encuentro y lo visito, lo paseo con calma y fotografío. Retorno hacia el lugar donde dejé el coche, de paso también fotografío el Distylo, y en la Plaza de Calderón de la Barca, cómo si no se iba a llamar la más grande del pueblo, me siento en una terraza a tomar el segundo café del día, a pesar de que acaban de dar las doce. Por este entorno se realizaba la prueba de carretera del carnet de conducir.
Hora de volver. A la vuelta busco puntos en el paisaje, referencias del pasado, disfruto con esas cosas. Un cartel en la carretera me dice que, por un camino próximo, siguiendo la dirección que indica la flecha, se llega a la ermita de la Antigua; y mirando a la derecha, lejos pero inmenso, el cerro que soporta el castillo de Magacela. Paso La Haba y descubro que a mi izquierda aún permanece la pequeña masa de eucaliptos. Se me escapa una sonrisa.

Termino la mañana sentado en un banco del parque de mi pueblo mirando a la gente pasar, con la esperanza de ver a alguien conocido, pero no reconozco a nadie. Me siento extraño, me desagrada la situación, así que vuelvo a casa de mi primo, como solo y me quedo dormido en el sofá. A ver si termina el día de manera más acorde con la festividad que hoy es, que aunque no me lo parece, es Viernes Santo.



domingo, 9 de abril de 2023

Cuando gobiernan las ratas

Leído por ahí:
Lo que algunos escriben y me gustaría haberlo hecho yo.



Cuando gobiernan las ratas.
Eduardo Inda, 
18/febrero/2023

"Si algo hay que reconocer a este Gobierno socialcomunista es que nunca deja de sorprender. Las más de las veces por su personal e intransferible maldad, las menos por unas bufonadas que el guionista más drogado de Hollywood jamás alumbraría por muchos tripis que se metiera en el coleto. A caballo entre los dos elencos se encuentra esa Ley Animal hecha por los, las y les animales del Ministerio de Derechos Sociales que dirige mi filobatasuna paisana Belarra. Una norma que parece concebida por un desquiciado. Son todo prohibiciones.
La primera de las proscripciones acabará con las cientos o miles de tiendas de mascotas que hay en España: no pueden vender perros ni gatos; vamos, que tienen los días contados. La segunda fascistada afecta a los circos, que no podrán contar con elefantes ni con leones. Otro negocio que se irá al carajo por perogrullescos motivos. La tercera salvajada la representan las multas de hasta 50.000 euros para quien se lleve un gato callejero a casa. Cuando, que yo sepa, un felino está mejor en un hogar que muerto de hambre y frío a la intemperie. Y la cuarta, que no última –hay decenas–, alcaldada pasa por meter en la cárcel a la gente, algo que les pone muy cachondos.
El no va más es el apartado dedicado a las ratas. Si un roedor irrumpe en tu casa y lo matas, pernoctarás en el hotel rejas 18 meses. Sensu contrario, lo que tienes que hacer es invitarle amablemente a que se vaya, da igual que muerda a tu bebé –los lóbulos infantiles son sus preferidos–, que te cuele una infección o que se jame toda la despensa. Si le propinas un certero escobazo darás con tus huesos en el penal de Soto del Real, en el de El Puerto de Santa María o en Can Brians. Servidor avisa: si me ocurre, me lo cepillaré, publicaré la foto en las redes sociales y que vengan a por mí. El castigo para los matarratas resulta mayor que el que se aplica, por ejemplo, al maltratador de un menor discapacitado, al funcionario que cobra un soborno o al delincuente que allana una morada ajena.
Lo más alarmante es que la alianza de este Ejecutivo con los roedores ha pasado de lo delirantemente real a lo increíblemente metafórico. Que el Consejo de Ministros que preside Pedro Sánchez gobierna para las ratas no lo digo yo, es lo que se deduce de la lectura de los periódicos. Ratas abyectas son violadores, abusadores y pederastas. Estos monstruos tienen de media dos años menos de castigo gracias a este Ejecutivo en general y a Irene Montero en particular.
Con todo, lo peor no es que 500 depredadores se hayan beneficiado ya de estas rebajas. No. Lo peor es que llevamos cuatro meses largos contemplando impotentes cómo la ley sí-sí falla más que una escopeta de feria y ni dios la cambia. Consecuencia: los 24 millones de españolas circulan más intranquilas que nunca por nuestras calles. Y cada día, se incrementa el número de delincuentes sexuales que da las gracias a los socialcomunistas por esta norma-chollo. Más ratas agraciadas: los ladrones de dinero público, los golpistas y los más sanguinarios etarras como ese Txapote que acabará votando a Pedro Sánchez. Por no hablar de los okupas, que gozan de bastantes más derechos que los propietarios reduciendo a la condición de papel mojado esa propiedad privada reconocida en el artículo 33 de la Constitución. Y yo pienso en voz alta: ¿cuando gobiernas para las ratas no acabas siendo una más de ellas? No afirmo, simplemente pregunto. Inocentemente, claro."

domingo, 19 de marzo de 2023

Que no sea nada ...

"Que no sea nada, que no le pase nada; y si es algo malo, que no haya dolor".


He recordado lo que pensé cuando le dieron, nos dieron, aquella mala noticia. Y es que la mañana de hoy se está pareciendo mucho a aquella otra, hace ahora algo más de dos años.

jueves, 16 de marzo de 2023

Lo tienes todo manga por hombro

Debí de ser un niño muy desordenado, el recuerdo no lo tengo claro. Perdería algunas cosas que luego no encontraba y otras tal vez aparecerían más tarde entre el desbarajuste de chismes que era, y siempre fue, el doblao de mi casa, mi solitario espacio de juegos. La salita chica, lugar de trabajo primero de mi madre, y de estudio mío durante el bachiller, tuvo algo de leonera provocado por mí; y eso que no creo que mida más de cuatro metros cuadrados, en los que se apretaban una mesa con tres cajones, una pequeña estantería, una mesa camilla unipersonal y dos sillas. Pues eso, que siendo tan pequeña la estancia, un servidor debió tenerla hecha un caos con frecuencia.

Y afirmo esto último —ya he dicho que no tengo claro si fui desordenado— sin mucha seguridad, pero lo que sí tengo nítido es haber escuchado muchas veces a mi madre:

«Lo tienes todo manga por hombro».

Y supongo que se debía de referir a esos lugares, la salita chica o el doblao, porque de otras habitaciones de la casa ni de sus contenidos, jamás me ocupé.
Ni que decir tiene que, una vez escuchada la frase en cuestión, el que esto escribe se sentiría en la obligación de ordenar el lugar dejando cada cosa en su sitio —acabo de recordar otra frase, la anoto, para el siguiente decía mi madre—, de manera exacta, daba lo mismo que quedara oculto en un cajón o visto sobre la mesa o la estantería: el orden no conocía de ubicaciones.
Durante mucho tiempo, todo el que llevo vivido desde entonces, he utilizado esa frase en mi casa, para con mis hijos, y en el trabajo para conmigo. Y sin embargo nunca me he preocupado de saber qué relación tiene con el orden y con su contrario; ni tampoco cuál es su origen. Hasta hoy, cuando me he sentado a escribir esto y me han venido las preguntas. Así que recurro a la red de redes y en cuatro golpecitos de ratón me ha permitido dar con las respuestas.
Lo he hallado, y lo doy por bueno porque me parece cargado de lógica, en un artículo que firma un tal Jorge Dezcallar en EL DÍA la opinión de Tenerife, en el que dice:
«Según el diccionario de la Real Academia, una cosa anda manga por hombro cuando "está en gran abandono y desorden". Es una expresión antigua que probablemente tiene su origen en la sastrería, cuando el sayo estaba mal cortado y la manga quedaba muy corta o se pegaba mal al hombro».
Estoy viendo ahora a aquel sastre, en medio de la anarquía que debía de ser su taller, cosiendo erróneamente la manga al hombro, o algo así.
Conclusión: ¿el orden evita errores?

jueves, 23 de febrero de 2023

Quien evita la tentación evita el pecado.

Realmente, la frase más utilizada que se asemeja, y viene a significar lo mismo, a la que titula esta entrada es «Quien evita la ocasión evita el peligro», que nos viene a decir que los riesgos pueden y deben eludirse, evitándose así la posibilidad de sufrir los daños que de ellos se deriven. Es decir, la manera de cerciorarnos de que no vamos a sufrir un perjuicio causado por un peligro es no exponernos a esa amenaza.
Pero como el contexto en el que me muevo ahora está referido a mi madre y sus frases hechas, he de catolizarla, porque ella era católica y muy practicante. Así que diremos que la que ella empleaba, con la asiduidad que fuera requerida, era una que se atribuye a San Ignacio de Loyola, y que dice:

«Quien evita la tentación evita el pecado»

que hasta suena mejor al oído, al mío, claro.

Con ello, San Ignacio debía recomendarnos que nos alejáramos de situaciones y ambientes que pudieran afectarnos negativamente para evitar sus consecuencias, posiblemente también perjudiciales. Ello siempre dentro del campo de la moral: evitemos acciones que nos lleven a cometer el mal aún si de ellas fuéramos a obtener provecho.
Y eso lo convirtió en máxima mi madre, repitiéndomelo en numerosas ocasiones cuando preveía que tal o cual acción futura mía podría acarrearme resultados poco agradables, sabedora ella que todos somos débiles y las tentaciones son fuertes.
Pero claro, ¿a quién no le gusta vivir instantes de cierta inseguridad?, aun arriesgándose a perder el equilibrio, tropezar y caer. Hay veces que es necesario aventurarse cuando está en juego una buena ganancia, quien no se expone no ganará. Pero a la vez también es obligado renunciar al posible beneficio, sobre todo cuando éste no está garantizado y los riesgos se prevén elevados: si no bebes no te emborracharás y podrás conducir sobrio, y se eliminará la posibilidad de un accidente provocado por ti (hágase esto extensivo a muchas, muchísimas, situaciones).

No sé si viene a cuento, pero acabo de recordar que, en cierta ocasión durante mi vida profesional, un tipo relacionado con un trabajo que yo había terminado, durante una conversación relativa a aquel trabajo, y mientras tomábamos tranquilamente café en un lugar público, hablando sobre lo bien que había ido, alargó hacia mí su mano en la mesa apenas ocultando un sobre. Retiró la mano, puse yo encima la mía y se lo arrastré hasta él. Le contesté que yo ya había cobrado por mi trabajo.
Con el tiempo, muchas veces pensé que habría podido ocurrir si me hubiera quedado con aquel sobre del que nunca supe qué contenía, pero he de suponer que era dinero, y bastante por lo que abultaba. En aquel instante suponía cruzar una línea a cuyo otro lado había un riesgo cuya única compensación estaba en el contenido del sobre, y ante la inseguridad que me producía la ignorancia sobre ese otro lado de la línea, opté por levantarme y dejar allí al tipo que, supongo, pagó mi café.

domingo, 12 de febrero de 2023

El asesinato de Roger Ackroyd

Leído por ahí:
Lo que algunos escriben y me gustaría haberlo escrito yo.
Dicen que es la mejor novela de suspense que se ha escrito. Posiblemente sea verdad.
Lo que sí es cierto, que es la que más me ha gustado de todas las que he leído.

 


«¿Se habría suicidado? Si lo había hecho, lo más seguro es que hubiese dejado alguna nota sobre el paso que iba a dar. Sé por experiencia que las mujeres que deciden suicidarse desean, por regla general, revelar el estado de ánimo que las lleva a cometer ese acto final».

«Pero, ¿cree usted posible, Monsieur, que un hombre trabaje y sude para lograr cierta clase de bienestar y una vida según sus ambiciones para descubrir que, después de todo, echa de menos los días de trabajo ingrato y la antigua tarea que creyó que le hacía tan feliz dejar».

«—Todo el mundo tiene algo que esconder —dije, sonriendo.
—Eso mismo.
—¿Sigue creyéndolo?
—Más que nunca, amigo mío. Pero no es nada fácil ocultarle cosas a Hércules Poirot. Tiene la especialidad de descubrirlas».

«Dicen que los que escuchan a los demás no oyen nada bueno de ellos».

«A veces las secuelas tardan en manifestarse. Las personas no son responsables de sus actos, pierden el dominio sobre ellas mismas y no permiten que nadie les ayude».

«Después de todo, muchos crímenes se han cometido por menos de quinientas libras. Todo depende de la cantidad de dinero que hace falta para corromper a un hombre. Es una cuestión de relatividad. ¿No es cierto?».

«—No sé mucho sobre crímenes —señaló miss Gannett con el tono de quien no ignora nada—, pero puedo decirle una cosa. La primera pregunta que hacen siempre es: ¿quién ha sido el último en ver al muerto? Y se sospecha de persona en cuestión…».

«…Es posible presionar a un hombre tanto como se quiera, pero con una mujer no hay que rebasar ciertos límites, pues una mujer tiene en el fondo de su corazón un gran deseo de decir la verdad».

«¡Cuántos esposos han engañado a sus esposas y bajan tranquilamente a la tumba, llevando su secreto consigo! ¡Cuántas esposas que han engañado a sus esposos arruinan sus vidas confesándolo todo! En un momento de atrevimiento, que les pesa haber tenido después, desprecian toda cautela y proclaman la verdad con gran satisfacción momentánea».

«Poirot me recibió con mucha cordialidad. Había una botella de whisky irlandés —que detestoؙ en una mesita, junto con un sifón y un vaso. Él bebía chocolate caliente. Más tarde descubrí que se trataba de su bebida favorita».



De  "El asesinato de Roger Ackroyd", de Agatha Christie ( Agatha Mary Clarissa Miller, Torquay, Inglaterra, 15 de septiembre de 1890 —Wallingford, Inglaterra, 12 de enero de 1976, escritora y dramaturga británica, especializada en el género policial.

Los ritos del agua

Leído por ahí:
Lo que algunos escriben y no siempre me gustaría haberlo escrito yo.



«Yo nunca preguntaba, ella era uno de esos tabúes que se imponen en las cuadrillas y, a fuerza de no nombrarla nunca, me había hecho a la idea de que no había caminado por las calles de Vitoria durante los últimos veinticuatro años,
Alguna vez la había visto, pero siempre la había ignorado.
Esa era la promesa que le hice y la había cumplido».

«Me sorprendió un poco su físico. Beatriz Korres era como una antigua diva de los años 40, ese tipo de mujeres de maquillaje pulido y perfecto, raya del ojo apuntando hacia las estrellas, barbilla gloriosamente rematada en un atractivo hoyuelo. Tacones de aguja, falda de tubo. Pelo de color canela, levantado por la laca y los rulos. Un poco entrada en carnes, orgullosa de ello».

«Alba, por su parte, se pasaba por mi portal sin horarios ni avisos, nos dejábamos ver por el centro y acabábamos jadeando bajo las sábanas.
En resumen, la vida a veces podía ser un buen lugar en el que quedarse».

«La madrugada despertó amenazando tormenta. El calor insano de los días pasados se cobraba su precio y el aire estaba cargado de electricidad. Una chispa habría hecho que todo saltase los aires».

«—Tal vez tenga algo que ver con sus muertes sin ser el asesino. Hay hombres con defectos o con pecados que provocan la desgracia de los que tienen alrededor, sin ser ellos los que disparan la escopeta, no sé si me explico».





De Los ritos del agua, de Eva García Sáenz de Urturri