En el anterior Decía mi madre hablaba un servidor sobre la sombra que durante mucho tiempo planeó sobre mi vida y que en tantas ocasiones ella me recordaba: mi supuesto desorden para con las cosas. De ahí el «lo tienes todo manga por hombro» para reprocharme el caos que en ocasiones presentaba la salita donde yo estudiaba; o el doblao, lugar de juegos por excelencia, que pocas veces me preocupé de dejar recogido, pues podía más la pereza que la buena disposición.
El inconveniente que aquello acarreaba se presentaba cuando uno se disponía a realizar una tarea de estudio, reiniciar el juego o simplemente buscar algo cuyo uso debía de ser inmediato. Entonces lo buscabas: debe de estar en este cajón, pues no, ¿dónde lo dejé ayer?, mamá ¿has visto por ahí algo que ahora no encuentro? Y ella pronunciaba lenta y solemnemente, siempre:
«Un sitio para cada cosa, y cada cosa en su sitio».
No cabe duda de que el aforismo es muy acertado. Con el tiempo, me he percatado que, si se sigue el consejo, no es necesario al pie de la letra, basta con que sea de manera leve, la vida se hará un poquito más fácil: se ganará tiempo, se ahorrarán disgustos e incluso discusiones. Porque se encontrará rápidamente lo que se busca, no reñirás consigo mismo y, lo más importante, no te enfadarás con quien haya extraviado la cosa, o quien te la reclame no te reprochará su pérdida por tu culpa.

Es curioso, pero cada vez que me viene a la mente y a la boca la frase en cuestión, porque las circunstancias en ese momento así lo requieran, de manera paralela recuerdo un artículo de Gabriel García Márquez, cuyo asunto principal era precisamente el orden, en el que afirmaba que, en un entorno, digamos personal y doméstico, las cosas no tenían por qué extraviarse, siempre que éstas permanezcan en su sitio. Él escribía, concretamente, que «las cosas se pierden porque salen del circuito normal en el que se las usa»: las tijeras de costura estarán siempre en el costurero, y a él volverán una vez utilizadas; lo mismo con la grapadora, que retornará al tercer cajón de mi escritorio una vez grapados los papeles; el calzador permanecerá siempre en el cajoncito de mi mesilla de noche, porque es en la cama donde me pongo los zapatos. Y así hasta el infinito.
Pero no tiene esto que llevarnos a la obsesión, válgame Dios, ya dije antes que bastaba con seguir el consejo de forma ligera para hacer que la vida sea un poco más agradable. Tampoco es necesario ser capaz de localizar en tu casa y a oscuras, un objeto concreto; no se trata de retos estúpidos.
Mejor vas y enciendes la luz, que precisamente son los interruptores los únicos elementos de los que debes conocer su ubicación exacta.
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