domingo, 13 de septiembre de 2015

Estado actual de Arturo Gallego Mendoza

Me preguntaba el otro día mi prima May que cómo andaba mi padre, y si he de contestar literalmente a la pregunta he de decir que mal y poco. Pero en un arranque de optimismo y haciendo ése resumen previo que siempre expresamos, cuando alguien nos pregunta esperando una respuesta genérica, eso de  ¿qué tal, cómo lo llevas?, diremos que estable y acorde dentro de la edad que alcanza, que como sabéis va camino de los noventa, una edad en la que se bajan más escalones que se suben y él, de vez en cuando, baja alguno para no volver a subirlo.
Decía que de andar, andar, anda poco, cada día menos, tanto en tiempos como distancias, que si hace unos meses llegábamos hasta allí en paseos casi diarios, ahora no pasamos de ahí, y me temo que pronto llegará el día en que no se moverá de aquí. Y además pidiendo un descanso al poco de la salida, por lo que ya no nos acercamos hasta aquel parque próximo, y permanecemos en el patio de casa o en la terraza de algún bar cercano. Eso sí, él apenas consume en el establecimiento, que dice no tener costumbre ni haberlo necesitado nunca. La vuelta a casa pronto, que cuando no es la temperatura, baja o alta, es el aire y dice molestarle en los ojos. De camino, quejas por lo que le rodea o por lo que nos vamos encontrando: las irregularidades del acerado, la altura de los bordillos, la existencia de rampas, “tanto coño de rampas, pues todavía no he visto a nadie por la calle en silla de ruedas”, la ausencia de bancos de los de sentarse, el aspecto de alguien, gente en bicicleta sorteando peatones (o peatones sorteando bicicletas), etcétera, etcétera.
Ya en casa, vuelta a las protestas por casi todo, por lo que pasa y por lo que no, por lo que viene y por lo que se va. La mayoría de ellas inocentes y justificadas por su edad y su trayectoria vital, pero en otras ocasiones, estoy seguro, su única razón es la pura disconformidad con lo que en ese momento corresponda por el simple hecho de querer estar disconforme. Y lo expresará en solitario, pero en voz alta, con la esperanza de que quien esté cerca le contestará iniciándose así la polémica que busca. A veces consigue que alguien le entre al trapo, generalmente yo, pero en otras, me viene un irrefrenable ataque de pereza y huyo del lugar dejándole con la palabra en la boca; entonces se queja de que nadie quiere escucharle y vuelta a empezar.
Y encima es que tiene la rara habilidad de derivar cualquier tema hacia el pasado, da lo mismo lo que estés hablando: sin darme cuenta, y en cuanto le dejo un ratillo con su discurso me encuentro viviendo en la calle Olivo Gordo o montado en la burra camino de La Coronada. Y como las historias ya están algo trilladas, su nuera se excusa y se esconde en la cocina, el nieto en el excusado, y yo, yo me quedo soportando el siguiente bombardeo. De ayer, del mes pasado o de hace un año, apenas si se acuerda, sólo de los del pasado muy pasado.
Pero como la pregunta de May no se debe contestar de modo literal, amplío la respuesta y añado referencias a su salud, la cual siempre fue buena tirando a excelente; aunque en los últimos meses ha habido alguna indisposición que, aunque leve, es digna de resaltar dada la escasez de enfermedades a lo largo de su vida. Hasta tal punto que creo debe andar entre los doce o quince afiliados a la Seguridad Social que menos han utilizado sus servicios y consumido sus productos (permanezco a la espera de un reconocimiento público del hecho por parte del Ministerio). Dicha indisposición, informo, fue una lumbalgia de la que lentamente se recuperó durante el mes de Julio reposando, de manera absoluta, en nuestra residencia veraniega de descanso. Fuera aparte, que dicen por aquí, poco más.
Me parece que el tema este de la salud debe de tener alguna relación con la alimentación recibida a lo largo de su vida: ligera frugalidad en las raciones y escasa ingesta de conservantes y cosas de esas. Al día de hoy la moderación es elevada pero no por ello perdona alguna comida. Dice haber perdido el apetito y el gusto. Lo segundo me consta, que hay días que no sabe lo que come, no distingue los productos; pero sobre el apetito no, no lo ha perdido diga él lo que diga, que llegando la hora te lo recordará: “ya va siendo hora de comer ¿no?”Y dice que aunque ganas de comer ya no tiene, lo que no puede es dejar de hacerlo porque comer es fundamental para sobrevivir. Y lo hace con una lentitud pasmosa, a una velocidad de rumiante, casi desesperante. Pero bueno, tampoco tiene prisa.
Lo de comer para sobrevivir choca con sus escasos deseos de seguir en este mundo, que él dice estar ya cumplido y aquí está sobrando; a lo que le suelo preguntar que qué es entonces lo que quiere, seguir viviendo o morir. Y me contesta que lo que de verdad desea es que venga Lolín a por él pero, eso sí, cuando Dios disponga.
Hasta aquí una breve descripción de su estado, al día de hoy, en cuestiones  que en él son perfectamente reconocidas y por tanto poco sorprendentes. Pero hay algo, y por eso premeditadamente lo he dejado para el final, que a más de uno nos ha desconcertado, y es su reconciliación con el agua en lo que al aseo personal se refiere. Actitudes pasadas que rayaban la acuafobia han quedado casi desterradas, prestándose ya sin queja alguna a aseos periódicos y completos que incluso parece disfrutar. Ni os imagináis lo que me acuerdo de mi madre cuando en la ducha me dice “¡huy, huy!, qué bien, échame un poco más de agua por la espalda”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario