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Lo que algunos escriben y me gustaría haberlo hecho yo.
Fue lo primero que leí de Pérez-Reverte, y lo he releído en tres o cuatro
ocasiones. Ya durante su primera lectura me prometí que leería todo lo que
escribiera este hombre; y hasta la fecha he cumplido mi promesa, bueno, con
todos sus artículos, no.
«Siempre que podía, Márquez tomaba foco en
cosas quietas antes de hacer un plano, y aquel muerto estaba perfectamente
quieto. En realidad no hay nada tan quieto como los muertos».
«Porque los muertos además de quietos están solos, y no hay nada tan solo como un muerto».
..soldados exhaustos con la mirada distante, perdida, de aquellos a quienes ya da igual ir hacia delante que hacia atrás».
« Era lo que ellos llamaban territorio comanche en jerga del oficio. Para un reportero en una guerra, ése es el lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta».
«Por Bosnia pasaban de todo pelaje y
procedencia: parlamentarios, intelectuales, ministros, presidentes del Gobierno,
periodistas con mucha prisa y sopladores de vidrio en general, que a su regreso
a la civilización organizaban conciertos de solidaridad, daban conferencias de
prensa e incluso escribían libros para explicarles al mundo las claves
profundas del conflicto».
«Como dijo Manuel —Manuel Ortiz, fotógrafo argentino— cuando le dieron la noticia mientras bebía de gorra en el bar del Explanade, más vale no hacer ninguna foto que hacer la última foto ».
«Pero lo eficaz de verdad es que el enemigo tenga, más que muertos, muchos heridos graves, mutilados y cosas así: requieren esfuerzos de evacuación, cura y hospitales, complican la logística del adversario y le revientan la organización y la moral, Matar al enemigo ya no se lleva. Ahora lo moderno es hacerle muchos cojos y mancos y tetrapléjicos y dejar que se las arregle como pueda ».
«Menuda suerte —decía Herman, fumando
sentado en el bidet—. Llegas a tu primera guerra, te hieren, sales en todos los
periódicos y además firmas en primera página... a otros nos cuesta años
hacernos esa reputación».
«Al principio siempre fingía rodar, para que se acostumbrasen y cobraran confianza, naturalidad. A eso lo llamaba trabajar con película inglesa. Pero aquel día no hizo falta. Al caer las primeras bombas, algunos sacaron rotuladores y bolígrafos para apuntarse, mientras caminaban, el grupo sanguíneo en el dorso de manos y antebrazos».
«Barlés y Márquez conocían a Alessandro y sobre todo a Marco, que les mostró una vez la foto de sus dos hijos en el hotel Anna María de Medugorje; el mismo desde el que salieron aquella madrugada para cruzar las líneas y no volver, dejando los equipajes en las habitaciones y la cuenta sin pagar. Porque todos los reporteros, cuando los matan, dejan en el hotel la cuenta sin pagar, camisas sucias en el armario, un mapa clavado con chinchetas en la pared y una botella de whisky sobre la mesilla de noche».
«Barlés recordaría siempre el siniestro fuselaje mimetizado, el reflejo del sol en la carlinga y la silueta del piloto mientras se inclinaba a mirarlo. Después, el Mig se fue a soltar las bombas más lejos, en la parte vieja de la ciudad, sobre otro objetivo que valiera más la pena».
«Conocía de sobra a Márquez para saber que cuando algo le entraba en la cabeza no había más que hablar. Su leyenda estaba llena de historias, apócrifas o verdaderas. Se contaba de él que una vez, en Vietnam, insistió para que un vietcong condenado a juerte, vestido con ropas negras, lo fusilaran sobre una pared de color claro, a fin de que la imagen no empastara al filmarlo. Si se lo van a cargar de todas formas, decía, más vale que sirva de algo. Le preguntaron al vietcong y dijo que le daba igual, que pasaba mucho. Así que lo cambiaron de pared».
«Nos pasamos la vida creyendo que nuestros esfuerzos, nuestro trabajo, lo que conseguimos a cambio de todo eso, son definitivos, estables. Creemos que van a durar, que nosotros vamos a durar. Y un día el cielo nos cae sobre la cabeza. Nada es tan frágil como lo que atienes, se dijo. Y lo más frágil que tienes es la vida».
«Tengo que cambiar las pilas del Sony, recordó. Y lavar las dos camisas que tengo en el hotel. Miró a Márquez, preguntándose en qué pensaba él cuando se disponía a cruzar una zona batida. Qizá veía la cara de sus hijas, o lamentaba los polvos que no había echado en su vida, Quizá pensaba en los cincuenta mil duros que cobraba al mes, o quizá no pensaba en nada».
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