Hacía tiempo que el asunto me rondaba, incluso tenía guardadas algunas notas, la mayoría de ellas mentales, pero no encontraba el momento de ordenarlas. Y es que llevo mucho tiempo con poco orden en mis cosas, o mejor, con un extraño orden que deviene en un cómodo caos en el que se acomodan casi todos mis aconteceres. He de resolverlo.
Pero ha sido la lectura de un relato de posguerra el que me despierta de aquel despreocupado letargo. Así que abro un cajón y enseguida un montoncillo de papelitos, también desordenados, me coloca en el camino. Su contenido lo obtuve una soleada mañana de domingo sentado con mi padre en un banco de un parque cercano. Por entonces, y no hace tanto tiempo, su cabeza y sus piernas estaban más ágiles, lo que se prestaba más al paseo y a la conversación: los primeros más largos y las segundas, en esos paseos, más extensas. De esa manera y aprovechando la agradable temperatura y la sombra de un desmesurado eucalipto que pronosticaban un largo rato de conversación, le pregunté:
—Vamos a ver, tú ¿hasta dónde te acuerdas?
—¿Cómo que hasta dónde me acuerdo?
—Que si te acuerdas, hasta tus abuelos o te remontas aún más.
Y empezó a relatar nombres y lugares como él siempre lo hace, con cierto desorden, con eternas recurrencias a las que me tiene acostumbrado y a estas alturas incluso cansado. Por lo que constantemente tuve que reconducir la conversación hacia el propósito que yo quería: el árbol genealógico, aunque fuera pequeño, que ya de antemano sabía que lo iba a ser.
En un par de horas quedó la cuestión resuelta y todas mis notas en la libreta, pero eso sí, y repito, durante la conversación y cada vez que pronunciaba un nombre nuevo se perdía en circunloquios y me relataba hechos y condiciones, muchos de ellos ya conocidos. O volvía a personas que ya habían sido recordadas para repetir lo dicho o añadir una nueva alusión. Todo ello lo relató con naturalidad, con comedida emoción, sin pausas forzadas por el desasosiego, casi al dictado:
- Mi abuela Pilar se casó con mi abuelo Rufino.
- Mi tío Antonio tuvo una hija, Elvirita, que vivía en Badajoz.
- Mi tío Eusebio no se casó, me parece.
- Mi prima Ángela era hija de… la madre de los Mellis, ¿te acuerdas?
- Mi tío Manuel era…
De vez en cuando vacíos que a saber si se podrán llenar. A pesar de ello, resulta una crónica veraz y coherente, enormemente válida por lo que tiene de memoria, de recuerdo al que se aferra, de recurso para seguir respirando y pensando el poco tiempo que el sueño le concede.
Y remontó el recuerdo hasta sus abuelos, que yo no pedía más, que ni mi pretensión era mayor ni la fuente daba más agua: por parte paterna Pablo Gallego Murillo y Juana Gallardo Gallardo; Rufino Mendoza González Ocampo y Pilar Cerrato Horrillo por parte materna. A continuación sus padres, sus tíos, sus hermanos y todos sus primos. Y de cada uno añadía anécdotas, evocaciones, en algunos casos más extensas, a otros les dedicaba más pasión, o sonrisas, que me iban valiendo para evaluar quien importó más o menos, quien influyó, a quien se quiso mejor o a quien correspondió y lo agradecía con este recuerdo, plácidamente sentado a la sombra del eucalipto.
En fin, lo dicho, que fue una entretenida y próspera mañana.
Sevilla, abril 2016
Nota: olvidaba el resumen de la conversación, aquí lo dejo.
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