domingo, 22 de junio de 2014

El día de las Juncias

Hace unos días, el pasado jueves 19, se celebró la festividad del Corpus Christi (Cuerpo de Cristo), antiguamente llamada Corpus Domini (Cuerpo del Señor), fiesta de la Iglesia católica en la que se ensalza la Eucaristía y por definición el cuerpo de Cristo; su principal finalidad es proclamar la fe de los católicos a través de la presencia real de Jesús en el Santísimo Sacramento, todo ello bajo la creencia de que el pan y el vino, al consagrarse, se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, a pesar de que el pan y el vino sigan siendo, materialmente, pan y vino. Esta conversión se denomina transubstantación. Hasta aquí mi primer gesto de pedantería. 
Para llegar al jueves de Corpus, jueves que cambia de ubicación en el calendario todos los años, es necesario retornemos unas semanas en el tiempo y situémonos en la primera luna llena posterior al equinoccio de marzo, o sea después del inicio de la primavera. El domingo posterior a esa luna llena es el Domingo de Resurrección, también llamada esa jornada Pascua de Resurrección, Pascua Florida, Domingo de Gloria y en mi pueblo Día de la Carrerita; esto último es otro objeto que hoy no toca. Curiosamente nunca será este día antes del 22 de marzo ni después del 25 de abril.
Pues a partir de ahí se pueden calcular algunas fechas clave en la Iglesia Católica, por ejemplo: el Domingo de Ramos, muy fácil, una semana antes del de Resurrección; o el Miércoles de Ceniza, cuarenta días antes del Domingo de Ramos; cincuenta días después del Domingo de Gloria, el de Pentecostés y el lunes posterior a este, el Rocío. Como vemos todo va quedando enlazado.
Pero hablábamos del Corpus, así que sigamos en ello. El domingo que sigue al de Pentecostés es la festividad de la Santísima Trinidad; pues bien, el jueves siguiente es el Corpus, o sea, sesenta días después del día de la Carrerita. Resumiendo, el Corpus Christi es el jueves que sigue al noveno domingo posterior a la primera luna llena primaveral; pero eso sí, en el hemisferio norte.
Queda claro por qué este jueves, que reluce más que el sol (hay dos jueves más que también brillan mucho, Jueves Santo y el día de la Ascensión), nunca coincide en el mismo día. Todo depende de aquella luna llena primaveral, y porque a antiguos cristianos, Concilio de Nicea (año 325), se les ocurrió implantar ciertas normas que les llevó a determinar lo de las fechas anteriores. Pero para quienes queráis afinar y profundizar aún más en estos cálculos, os recomiendo un artículo de Wikipedia titulado Computus, muy entretenido. Y hasta aquí mi segundo y último gesto de pedanterismo.
Esta fiesta, que es muy celebrada en todo el mundo católico, y por tanto también lo es en numerosísimos lugares de España, fue hace tiempo, allá por 1989, trasladada al domingo siguiente de ese jueves tan calculado, para así adaptarse a nuevos calendarios laborales que evitaran tantos descansos intersemanales. Pero en muchos lugares donde la fiesta tenía una fuerte raigambre, se mantuvo el jueves feriado y con él procesiones, liturgias y expresión de devociones. Pasó a ser una festividad local.
Así sucede en la ciudad donde resido, como contraste a la que procedo. En Sevilla se festeja con una procesión que parece no haber cambiado nada en trescientos años: Pasos de santos locales, San Fernando incluido; desfile de autoridades, civiles, militares, administrativas y sociales; hermandades de todo tipo y color, pasión y gloria; y representaciones de las más inimaginables asociaciones. Siguiendo el interminable cortejo miles de sevillanistas (*) que, desde primeras horas de la mañana, aguantan estóicamente las tres o cuatro horas de procesión.
En cambio, en  mi pueblo se trasladó la celebración al siguiente domingo, y no tengo muy claro cómo se desarrolla actualmente la procesión. Veo en la red fotos con altares en las calles muy distintos a los que yo conocí, más ostentosos y, quizás, más atractivos para sus más o menos devotos usuarios. En todas esas fotos me parece echar de menos, y así lo atestiguan algunos textos que leo, la alfombra de juncias que ocultaba la calzada y singularizaba las calles de Villanueva ese día. Deduzco por tanto que a esta jornada ya no se le llama de las Juncias y por consiguiente se ha perdido aquella expresión tan del lugar que decía, eres más grande que el día de las Juncias, cuando se pretendía ponderar al máximo los valores del alguna persona.

Supongo que debe ser por presiones de ciertos colectivos que consideran a la juncia real, cyperus rotundus (no me he podido resistir, pedante, que eres un pedante) objeto de alta protección. Lo siento por los que en este domingo participen del desfile, ya no podrán pisar las calles de Villanueva y disfrutar de aquel profundo aroma a río: húmedo y fresco Zújar en las calles de mi pueblo. Y lo que es peor, ya no debe haber niños enarbolando orgullosos el perigallo que su padre acaba de hacerles, o el primero que han hecho en su vida, que durará días y días en casa hasta que la ausencia de humedad lo mate.
Sin embargo, lo mejor de la procesión del Corpus no era caminar junto al Santísimo vestido de Primera Comunión (por razón que desconozco, yo participé dos años seguidos vestido de marinerito), harto del calor, del uniforme y del ramito de espigas doradas al sol. Lo mejor venía después, cuando un ejército de niños arrastrábamos montones de juncias por el recién estrenado pavimento de las calles, para formar, en lugares diversos del pueblo, enormes montones donde retozar y saltar desde las más altas rejas, sin preceptos en el juego ni mesura en la juncia apilada: el perfecto caos, la mejor de las confusiones. En mi barrio, ese lugar siempre fue la plazoleta del Colorao, y confieso que no hay una vez que pase por ella  y no me venga a los dedos el tacto de la fina juncia y la firmeza de un recio perigallo bien hecho, muy apretado. Tener uno en la mano era como tener una espada, o aún mejor un cetro, un bastón de mando, un poco de poder durante un día.
Había dos tipos de perigallos, un rígido y otro flexible, como un látigo. A mí siempre me gustaron los primeros y así me los hizo mi padre cuando más pequeño, y después yo cuando aprendí y tuve fuerza para apretujarlos bien. El otro era una larga trenza, a más longitud mejor, más elástico; a más cimbreo más presumía su propietario. Su ejecución, ya he dicho, una trenza, poco que explicar.
Sin embargo, el otro perigallo era más complejo, de ejecución más prolongada: buen manojo de juncia toda ella igualada en el lado del corte; ir doblando juncia a juncia, como de la longitud del puño o algo más, hacia el manojo, para formar la cabeza del perigallo; cuando están todas dobladas, con otra juncia se comienza a rodear y sujetar fuerte el manojo, de la cabeza hacia abajo, apretando, dando vueltas y vueltas; luego otra juncia más, y otra, y así hasta llegar a la punta que iba poco a poco reduciendo su sección; al final unos nudos que evitaran su deshilachado. También se remataba con una doble trencilla anudada en sus puntas por donde se introducía la mano para poder sujetarlo con fuerza y blandirlo con segura autoridad. Haber conseguido ese día un buen perigallo era la prueba evidente de haber vivido la mejor de las jornadas.
Y volvías sucio a casa, color verde y tierra en la ropa, y un olor a fiesta, a campo y a río en las narices, que casi te duraba hasta el día de Santiaguito. Bueno, creo que todavía me dura.

(*) Sevillanista es el sevillano que cree firmemente que más allá de Santiponce no hay Semana Santa, ni Corpus, ni Feria, ni campanas en las Iglesias, ni Cristo que lo fundó. Sí admiten, con patriótico agrado, la existencia del Rocío y la playa de Matalascañas.

Otra nota: ¿dónde habré puesto yo aquellas fotos de tan señalado dia vestido de primera comunión con mis primos, MªEugenia, Ino y Arturo (el Guingui, claro)?

Y otra nota más: olvidaba mencionarle, que mi recuerdo sería menos recuerdo si no evoco la figura de Don Juan, custodia en las manos y bajo palio, como mandaban los cánones.

                                                            
Sevilla, Junio 2014




No hay comentarios:

Publicar un comentario