domingo, 14 de enero de 2024

En mi casa, mi culo descansa

Esta es una frase que escuché en numerosas ocasiones a mi madre, claro ¿a quién si no?, y por eso está aquí, que estas son entradas dedicadas a ella y a su recuerdo. Paradójicamente, la de hoy no la siento que hubiera estado destinada a mí, ni tiene el sentido de reproche que sí parecen tener casi todas las que incluyo en esta sección, si bien, a esta altura de mi vida me niego a tomármelas como tal.
No termino de encuadrarla en situaciones concretas, ni recuerdo en su vida muchas ocasiones que viviera y que justificaran el que pudiera argumentarla. Me limito a estar seguro de que, llegado el caso, la decía sin que necesariamente estuviera justificado.
La que ella pronunciaba no concuerda con exactitud con la que se prodiga por la red en numerosas listas de refranes. La suya era más personal y contundente, auto adaptada, marca de la casa sin el copyright que ahora yo le concedo. La frase era:

«En mi casa, mi culo descansa»

Que difiere ligeramente de la que parece ser más conocida, y tal vez única, «En su casa, hasta el culo descansa», más amplia y genérica, pero sin personalidad, pensada en el gran público. Ambas poseen el mismo sentido familiar y cercano, el de la tranquilidad de tu casa o de otro lugar querido o conocido en el caso de estar ausente o lejos del hogar.
El refrán nos viene a decir que como en la casa de uno, en ninguna parte; y que a pesar de que nos encontráramos en lugares y entornos amables, incluso durante un corto período de tiempo, siempre llegará el momento en que echaremos en falta nuestro sillón ante la televisión, la silla de la cocina o la taza de nuestro inodoro.
Y ahí es donde dudo y me pregunto cuáles serían las ocasiones que mi madre viviera para así pronunciarla. Pues no recuerdo que viajara mucho, ni pasara con frecuencia días y noches fuera como para echar de menos su casa.
A lo sumo señalar los numerosos pero cortos, muy cortos, períodos de tiempo que vivieron en la mía —que se prolongaron algo más durante los últimos meses de su vida—, y que siempre fueron breves porque en su interior palpitaba siempre el deseo de asentar el culo en su casa.
He de reconocer que idéntico sentimiento tenía un servidor cada vez que me trasladaba a la casa de ellos; y lo sigo teniendo cuando realizo algún viaje, unas vacaciones, cuatro, seis, diez días, enseguida añoro mis zapatillas, mi frigorífico, la luz de la ventana y los bares habituales. Lo dicho, y es que como en casa de uno, en ninguna parte.
Encuentro una segunda interpretación al refrán, pero me parece que se aleja bastante de la primera, que es más certera. Aquella dice que «indica que no hay que meterse en los asuntos de casas ajenas, sólo en la propia», lo que entiendo casi como una alegoría de la primera. Y lo que sí tengo claro es que no era ése el sentido que daba mi madre.

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