sábado, 10 de julio de 2021

Siento que mi hermano Fabio me acompaña cada día


Leído por ahí:
Lo que algunos escriben y me gustaría haberlo escrito yo.

 

«Siento que mi hermano Fabio me acompaña cada día»

30 años. Alex Moreno es el gemelo del niño de dos años que murió en un atentado de ETA en Erandio. Perdió el habla durante cuatro meses. Hoy cuenta su historia


Jesús J. Hernández

Domingo, 7 de noviembre 2021 


Tras cada víctima de ETA hay una vida truncada. Un futuro que jamás existió. En las reuniones familiares a veces imaginan qué habría sido de ellos, cómo habrían envejecido, qué habrían dicho en esta o aquella ocasión. Sentarse frente a Alex Moreno, de 32 años, es ver también la sombra de lo que ETA arrebató a su familia. Es el hermano gemelo de Fabio Moreno, el niño de dos años que murió en un atentado en Erandio el 7 de noviembre de 1991. Es la imagen de lo que pudo ser. Alex lleva un corte de pelo moderno, algo más rasurado a los lados de la cabeza. Tiene los ojos marrones, viste un jersey de punto granate, está en forma porque le gusta el deporte y lleva barba de siete días. «La personalidad es diferente en cada uno, y eso ya se notaba con dos años, pero físicamente hoy mi hermano sería como yo». Fabio sería, Fabio habría sido. Tiempos verbales que lo cambian todo. «En casa hablamos de él en presente», matiza Alex. «Yo le siento conmigo, a mi lado, ayudándome. Es uno más en nuestra mesa. Nos acordamos todos los días».





Cuatro de la tarde del 7 de noviembre de 1991. Sale de su casa Antonio Moreno Chica, un guardia civil nacido en Granada y asentado en Bizkaia. Está casado con Arantxa Asla, una mujer de familia vasca que ha regentado el bar Erandio. Tienen dos gemelos, Fabio y Alex, de dos años, y otro crío mayor, Marco, de ocho.

Antonio quiere llevar esa tarde a sus tres hijos a la piscina cubierta de Getxo. «Con los gemelos ya en el coche, reposta gasolina», recuerda la madre con precisión. Se dirige entonces a recogerla a ella y a su hijo mayor, que están en una reunión en el colegio. No llegará. En la curva de acceso a Erandio por la calle Tartanga, a las 16.45 horas, explota una bomba colocada bajo el asiento del copiloto. Lleva allí tres días, desde que forzó la puerta del vehículo Juan Carlos Iglesias Chouzas, 'Gadafi', mientras Francisco Javier Martínez Izaguirre vigilaba. Los dos miembros de ETA fueron condenados por el atentado. Tras la explosión, con los tímpanos destrozados, Antonio saca a Alex, que está herido en una pierna, y ve su vida desmoronarse ante Fabio, que ha muerto en el acto.

«No recuerdo nada del atentado», confiesa Alex. Sin embargo, hay huellas de que quedó grabado a fuego en su inconsciente a pesar de su corta edad. Tras la muerte de su hermano, Alex perdió el habla durante cuatro meses. «Me han contado que casi no dormía y que pasó mucho tiempo hasta que volvieron a escucharse mis palabras». Su tío, Javier Asla, aporta otro detalle. «Era un niño normal que iba creciendo y en casa no se hablaba mucho del tema. Pero, cuando llegaba noviembre, Alex se despertaba gritando con unas terribles pesadillas». Todavía hoy, cuando llega el 26 de junio, el cumpleaños de ambos, Alex nota más su ausencia. «Piensas en que lo habríamos celebrado juntos. ¿Nos habríamos emborrachado juntos? ¿Habríamos estado toda la familia junta? Sería la hostia. Los dos, juntos».

Alex cambió. «Lo cuentan todos en mi casa. Con dos años yo era más cohibido, más tímido. Y Fabio era más abierto, se acercaba a todo el mundo. Cuando él murió yo asumí esa forma de ser. Yo no habría sido tan extrovertido de haberle tenido a mi lado».

Algunos detalles dibujan un mundo especialmente inhumano. «Mi padre sólo utilizaba el coche para llevar a la familia», recuerda Alex. A su trabajo en el cuartel de La Salve solía ir en tren. «Sabían que el daño no iba a ser para mí sólo», lamentaba Antonio Moreno hace años. Destinado en la unidad de Intervención Central de Armas de Bilbao, hacía horas extras en antidisturbios a 80 pesetas.

Alex, en el centro, junto al resto de la familia de Fabio
en el acto en memoria del bebé celebrado ayer en Erandio. 
manu cecilio
 

Un parque infantil

El Ayuntamiento de Erandio, tras muchos años, se ha comprometido a poner el nombre de Fabio a un parque infantil junto a la calle Tartanga. Hace once años, colocaron una placa discreta en el interior del Consistorio de la localidad donde sigue viviendo la familia. «Ni me he movido, ni me moveré jamás. Es mi pueblo», proclama Alex.

«En mi entorno esta historia la conoce todo el mundo, pero los chavales no. La gente más joven no conoce tampoco lo de Miguel Ángel Blanco. Hay que leer, informarse, enterarse. No olvidar lo que ha pasado. Aunque también hay que mirar hacia adelante». Hubo un tiempo en el que Alex rebuscó en los periódicos, en internet. «Leí todo», confiesa. «Me habría gustado haber sido mayor para estar en los juicios. Ver. Escuchar». Alex no ha visto todavía la película 'Maixabel', pero lo hará. «¿Que si me sentaría con alguno de los asesinos de mi hermano? Igual sí. Yo sé que esas personas no van a tener el valor de sentarse frente a mí. Pero me gustaría saber qué dicen. Sabían que ese coche era familiar. Daba igual yo, mi hermano, mi tío, mi madre».

Hay apenas «dos vídeos de un cumpleaños en el que salimos juntos» y una foto de Fabio que todos guardan en casa como un tesoro. Su tío, Javier Asla, confiesa que durante años no pudo ver las cintas. «En un cumpleaños de mi hijo se las puse a mi madre y a mi hermana -la madre y la abuela de Fabio-. Les gustó verlas, con naturalidad. Comentaban lo guapos que estaban». Tardó tiempo, pero la historia, poco a poco, comenzó a contarse puertas adentro.

Poder ver cómo habría sido físicamente el bebé Fabio se antoja como un extraño quiebro a la muerte y, sin embargo, en su casa se ha dicho muchas veces que resulta todavía más duro. Lo contó su padre hace años . «Veo a su hermano Alex y siempre pienso en el hermano. Le veo y la congoja se engancha a la garganta y no te la quita nadie. Imaginas... Y eso te destroza».

Alex se levanta de la silla sonriendo, un gesto que no ha perdido durante toda la charla. Habla con firmeza, pero suena amable y cercano. «Han sido 60 años de violencia para nada. Sólo para hacer daño. Quiero dar las gracias a todos los policías que han trabajado en una situación tan difícil en Euskadi en todos estos años». Luego, la silueta espigada del gemelo de Fabio se pierde en la distancia a paso ligero. Se va con él la sombra de su hermano.

 

El Gobierno vasco pide «perdón por los silencios»

La consejera de Igualdad, Justicia y Políticas Sociales, Beatriz Artolazabal, pidió ayer «perdón por los silencios, por mirar hacia otro lado, por tardar en alzar la voz». Lo hizo durante el acto en recuerdo de Fabio Moreno organizado por el Ayuntamiento de Erandio. La familia del niño estuvo arropada por la alcaldesa, representantes municipales y vecinos. Bildu participó en el homenaje y expresó a través de las redes sociales su «reconocimiento» a la familia del niño, y pidió «verdad, justicia y reparación para todas las víctimas».

 

  

https://www.elcorreo.com/politica/victimas-de-eta/siento-hermano-fabio-20211107213640-nt.html

domingo, 14 de marzo de 2021

No hay café, gilipollas

Leído por ahí:
Lo que algunos escriben y me gustaría haberlo escrito yo. 



 

No hay café, gilipollas

 

22 Feb 2021

ARTURO PÉREZ-REVERTE

Patente de corso

 

A ver si soy capaz de explicártelo, pedazo de gilipollas. Lee bien lo que te digo por si te sirve de algo, y de paso me sirve a mí. Uno de los efectos secundarios de la infinita capacidad de estupidez del ser humano es que reduce la compasión de cualquier observador lúcido. De esa estupidez nadie es inocente; todos somos responsables y víctimas. Pero sus manifestaciones extremas encierran un daño colateral: que cuando llega la nueva desgracia pronosticada en la lotería de la vida, ésa que las despiadadas reglas naturales imponen periódicamente –geometría del caos lo llamaba Faulques, un fulano que sale en una de mis novelas–, algunos observadores lúcidos miren la cosa con menos horror que curiosidad científica. Incluso con un amargo «pero ¿qué esperabais, idiotas?». Y ojo al dato, oye. Porque lo de idiotas va por ti.

 

La compasión, te digo. Busca la palabra en el diccionario y me ahorras texto. Me preocupa que ahora la pongamos tan difícil. Tú y yo, claro; pero –perdona que aquí pluralice menos– sobre todo tú. En otros tiempos tenías justificaciones, atenuantes; pero hace mucho que casi todos llevamos en el bolsillo un aparato donde basta pulsar una tecla para acceder a tres mil años de cultura, ciencia y memoria. Así que la excusa de la ignorancia no vale un carajo. Y esa certeza es peligrosa, porque de las pocas palabras que cuando todo se derrumba nos mantienen erguidos –dignidad, lealtad, amor, honradez y alguna otra– la compasión es básica. Si se pierde, es difícil recuperarla. Y sin ella, el ser humano se convierte un poco más en el peligroso animal que siempre fue, aunque la idiotez de nuestro siglo lo camufle con frases de Paulo Coelho. Sin compasión, estamos fritos. Nos volvemos gruñones, misántropos, egoístas, vitriólicos, francotiradores. Sin compasión me acabaré ciscando en tu puta madre, y eso no es bueno. No me quites la capacidad de compasión, por la cuenta que nos trae. Por lo menos, a mí.

Esa compasión me la pusiste de nuevo en peligro hace unos días, viéndote en la tele. Eras tú, el de siempre. Salías hablando de los terremotos que han sacudido Granada porque ese día eras de allí, aunque te he reconocido en otros lugares. Y oyéndote hablar, me enganchaste de nuevo. Tu comentario era estupendo, y lo apunté para que no se me fuera: «Tienen sismógrafos para prevenir estas cosas, pero nadie nos ha avisado. Es una vergüenza». Eso fue lo que soltaste. Y no me digas que recordada en frío no es una frase cojonuda. Resume de forma admirable un montón de cosas que no detallaré porque sonarían a insulto, pero sí te digo una: estás mal acostumbrado, ciudadano. O, seamos compasivos, te acostumbraron mal. Pasó igual cuando Filomena taponó España con nieve, las carreteras se llenaron de automóviles bloqueados pese a que se había advertido de lo que venía, y saliste en el telediario a quinientos metros de Carrefour –ese día eras mujer, pero te reconocí– indignado porque tenías niños en el coche, llevabais allí doce horas «y no ha venido nadie a ver cómo estamos, y ni siquiera nos han traído un café».

Podría seguir poniéndote ejemplos. Los hay a millares, pero con ésos te harás idea, a menos de que seas muy imbécil, de por qué te llamo imbécil. Primero, por tu incapacidad de asumir que el mundo es un lugar hostil donde pasan cosas malas, donde normalidad y seguridad son relativas, y donde puedes horrorizarte, pero no sorprenderte. Y en segundo lugar, porque crees que el Estado, sea el que sea y lo maneje quien lo maneje, tiene la capacidad y la obligación de llevarte ese café o avisar por teléfono de que en tu casa se van a resquebrajar las paredes dentro de media hora. Pretendes, cretino implume, que el mundo sea una oenegé dispuesta a atenderte en el acto; y en caso contrario buscas automáticamente un responsable, una autoridad, un policía, un bombero; alguien en quien descargar el resultado de tu imprevisión, o a quien atribuir responsabilidades que nada tienen que ver con la voluntad humana. Eres tan infantil que no comprendes que no todo es previsible, y que nadie es inmune al caos periódico, al zarpazo de una Naturaleza desprovista de sentimientos. Se cae el avión, pillas el bicho, se estrella el coche, y lo primero que haces es buscar a quien se zampe el marrón. Necesitas culpables, y tal vez ésos a los que acusas lo sean; pero no por los motivos que esgrimes. Llevan demasiado tiempo haciéndote vivir en un cuento de hadas que acaba cuando pasas la página o tecleas en Google las palabras Boko Haram, Afganistán o mujeres de Ciudad Juárez. Te han hecho creer que el mundo es por fin un lugar seguro y que papá Estado se ocupa de todo. Te han engañado como a un chino, suponiendo que a los chinos de ahora los engañe alguien.

 

domingo, 14 de febrero de 2021

Pedro Sánchez y la "Marcha Radetzky"

 Leído por ahí:

Lo que algunos escriben y me gustaría haberlo escrito yo.



Pedro Sánchez y la 'Marcha Radetzky'. 
Jorge de Esteban, 
04/enero/2019


"Durante los 10 años en que realicé en el Instituto Ramiro de Maeztu, la preparatoria, el bachillerato y el preuniversitario, según la terminología de entonces, se me quedaron grabados los acordes de una melodía que sonaba por los altavoces de los campos de deportes para indicarnos que el recreo, de 11 a 11.30, se había terminado y había que volver a clase. Para muchos esa música tan rítmica, e incluso atrayente, no gozaba de simpatía, porque nos aguaba los minipartidos de baloncesto que tradicionalmente jugábamos en unos campos con canastas que fueron el origen del Estudiantes, una leyenda en el Ramiro y en el deporte nacional.

Ignoro quién fue el que seleccionó esta partitura de alcance universal, como acabamos de comprobar en el cierre del tradicional Concierto de Año N
uevo de Viena, obra del patriarca de los Strauss, titulada Marcha Radetzky, y que fue compuesta en honor del mariscal austríaco Joseph Radetzky con el fin de celebrar sus victorias militares. Sin embargo, si en sus orígenes fue adorada patrióticamente por el pueblo austríaco, después sería odiada cuándo el mariscal reprimió violentamente manifestaciones populares. A muchos del Ramiro nos ocurrió al revés: durante nuestra estancia en el colegio la odiábamos;pero, en nuestra vida adulta, como le ocurre a casi todo el mundo, nos apasiona oírla.

Supongo que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, alumno que fue también del Ramiro, oiría igualmente miles de veces la obra de Johann Strauss, amargándole con sus inigualables compases la interrupción de un apasionante minipartido que no había más remedio que finalizar. Por lo demás, cuando Sánchez dejó de jugar al baloncesto en el Estudiantes, decidió dedicarse a la política y, como escribe Fernando Garea, no hay duda de que las circunstancias y el azar casi siempre le han favorecido, claro que él, sin duda, ha sabido aprovecharlo. Así llegó por carambola dos veces a ser diputado y así ha sido para convertirse en presidente del Gobierno, gracias a la moción de censura que le ofreció en bandeja el irresponsable Rajoy. En los momentos en que se aprobó la misma, hubo muchos políticos que criticaron, si no su legalidad, al menos su legitimidad, afirmando que no había sido elegido por el pueblo. Semejante crítica, como ya expliqué en su momento, era injusta porque su nombramiento fue legal y legítimo, pero es cierto que acabó perdiendo su legitimidad por no convocar inmediatamente elecciones. En efecto, la moción de censura constructiva tal y como se inventó y se practica en Alemania, exige que haya primeramente una mayoría suficiente para destituir, a causa de sus errores, al presidente en ejercicio;y, en segundo lugar, que exista un candidato a sucederle que cuente con una mayoría indispensable para poder gobernar. Es más: cuándo Helmut Kohl presentó el 1 de octubre de 1982 una moción contra Helmut Schmidt, lo hizo porque ya contaba con la coalición del Partido Liberal, que abandonó a Schmidt, para gobernar con la CDU y, por si no fuera suficiente, convocó cuatro meses después nuevas elecciones para conseguir una mayor estabilidad.

La situación en España ha sido completamente diferente, porque Sánchez contaba sólo con 84 diputados, por lo que le faltaban 92 para destituir a Rajoy y poder gobernar después. Como es sabido, logró esa mayoría reuniendo a un grupo de diputados que era un totum revolutum, en donde no existía ninguna afinidad para formar un Gobierno. Es más: una parte importante de ellos pertenecía a partidos nacionalistas o separatistas que buscaban un Ejecutivo débil en Madrid que facilitase sus objetivos. Concretamente en Cataluña, desgobernada por dos personas desequilibradas, presenciamos todos los días las contradicciones de Sánchez afirmando que él solucionará el problema catalán con "diálogo, diálogo y diálogo". Sin embargo, tras el simulacro de diálogo mantenido en Barcelona días atrás, Torra le presentó una carta con 21 reivindicaciones que aún desconocemos los ciudadanos. Así que seguimos igual -mejor dicho, peor- porque uno quiere diálogo y el otro quiere monologar, es decir, imponer. Y, naturalmente, todo ello fuera de la Constitución, palabra que Torra exigió que desapareciese de esa obra de arte que es el manifiesto conjunto emitido antes del Consejo de Ministros de Barcelona, sustituyéndola por la de "seguridad jurídica". Pero como Torra desconoce lo que es el Estado de derecho, no se apercibió de que el artículo 9.3 de nuestra Carta Magna dice expresamente que "la Constitución garantiza, entre otros principios, el de seguridad jurídica"; ésta no existe si no se cumple la Constitución.

En otras palabras, el presidente está gobernando, por decirlo así, contra natura, aceptando, por una parte, los caprichos de Pablo Iglesias, especialmente contra la Monarquía. Sin darse cuenta, por ejemplo, de que suprimir la inviolabilidad del Rey exige una reforma constitucional que debe ser aprobada por dos Cortes Generales sucesivas y la convocatoria de un referéndum. Y, por otra parte, soporta, sin inmutarse, las machadas de ese gran jurista que es Torra, cuando afirma que "no aceptará" una sentencia condenatoria contra los golpistas encarcelados, calentando ya el ambiente para cuando se inicie el juicio. Unos y otros del conjunto de aliados de la banda de Sánchez comparten la idea de que el verdadero principio constitucional es el que formuló Al Capone cuando expresó su concepción del Derecho aplicada al juego: "Cuatro ases pierden ante cuatro reyes y un revólver". En nuestro caso, todavía no es necesaria la pistola, pues por el momento se consigue lo mismo con un puñado de votos bien empleados.

En definitiva, si Sánchez continúa unos meses más como presidente, corremos el peligro de sufrir una tragedia nacional de la que ignoramos sus dimensiones. No se puede gobernar con mentiras continuas porque al tiempo se le puede engañar pero sólo un tiempo. Y lo mismo se puede sostener de su promesa de transparencia, cuando hay cada vez más opacidad en su gestión. No se puede gobernar con un Gobierno del que tuvieron que dimitir dos ministros por razones lógicas, mientras que al menos siete no quieren renunciar estando señalados por los mismas o peores pecados. No se puede gobernar con un conjunto de partidos o bandas antisistema que lo único que querían era tener al presidente atado de pies y manos incapaz de poder tomar decisiones profundas para mejorar al país. Pero, eso sí, le permiten que utilice aviones y helicópteros oficiales para uso privado, que disfrute de las residencias de La Moncloa, de Doñana, de La Mareta, y tal vez de alguna más, como si las hubiera heredado de sus abuelos. No se puede gobernar sin calcular los gastos y los ingresos, pero este Gobierno se comporta como si fuera los Reyes Magos, para después aumentar los impuestos. No se puede gobernar sin que se aprueben los Presupuestos Generales del Estado y todo indica que difícilmente se conseguirá. No se puede gobernar con un PSOE que, de no ocurrir un milagro, está en fase de liquidación.

Y para no agotar todas las habilidades de buen gobernante que adornan a Pedro Sánchez, hay que destacar lo mejor de todo: sigue siendo presidente porque el grupo de nacionalistas catalanes, encabezado por Torra, le apoyarán mientras les interese, advirtiendo que los miembros de la Generalitat violan constantemente la Constitución, pisotean los derechos de los catalanes no separatistas y se ríen del Tribunal Constitucional. En suma, con esta tropa era impensable que se pudiese gobernar, lo cual debía haberlo previsto Sánchez para convocar, como hizo Kohl, las elecciones un mes después de la moción de censura. Pero si no lo hizo entonces, tiene que hacerlo ahora, sin demora. Porque está sonando la Marcha Radetzky, tarareada rítmicamente por el coro del 70% de los españoles que exigen elecciones inmediatas; se ha acabado el recreo de siete meses y hay que volver a casa. Por si fuera poco, Pablo Casado, el líder del PP, aunque tal vez tempranamente, le está acusando de "traición".

Si sigue actuando como hasta ahora, favoreciendo sobre todo a los separatistas, este epíteto lo podría merecer desde luego;y entonces se le podría aplicar, en lugar del artículo 113 de la Constitución, que regula la moción de censura, el artículo 102, que se ocupa de la presunta traición del presidente del Gobierno. Sería lamentable que esto ocurriese, pero sólo él tiene la clave para evitarlo mediante la convocatoria urgente de elecciones generales. Cierto que dejaría de ser inquilino de La Moncloa, pero adquiriría uno de los más jugosos títulos del país: ex presidente del Gobierno."

https://www.elmundo.es/opinion/2019/01/04/5c2e15a221efa030628b45d0.html

domingo, 31 de enero de 2021

Apenas leo poesía.

No he sido nunca persona apasionada por la poesía, ni a su lectura ni escritura. Para ésta última, Polimnia no me dotó de la más mínima gracia; de la media docena, o poco más, de poemas que escribí allá por los dieciocho, creo recordar que sólo un par sobrevivieron más allá de los veinte minutos tras su redacción. Los supervivientes estuvieron guardados junto a otras reliquias hasta que el tiempo y las mudanzas los hicieron desaparecer.

La lectura fue otra cosa. Leí, y leo, poesía, pero poca, la que por casualidad cae en mis manos, no la suelo buscar. Sí lo hice en aquella juventud, recién salido de la adolescencia, cuando el momento empujaba a ello, ayudado por cantantes y grupos cuyo éxito estaba, en ocasiones, más condicionado por las circunstancias sociales y políticas —canción protesta y folk los llamaban— que por su propia calidad como tales. Pero sin duda, sabíamos diferenciar.

Escuchar a algunos de aquellos tipos, Serrat, Jarcha, Paco Ibáñez, Nuestro Pequeño Mundo, Luis Pastor, Patxi Andion, me animó a comprar, no sólo sus discos, sino también algunos libros, entre ellos poesías completas y antologías de los obligatorios: A. Machado, Lorca y M. Hernández entre los españoles y, como no, Neruda.

De la lectura de aquellos libros, y la perseverante audición de los discos, fue natural que más de un poema quedara memorizado, y que, durante muchos años, y en muchas ocasiones, su recitado mental fuera recurso para la meditación y la búsqueda de sosiegos momentáneos.

Quedaron de entonces en la memoria, más o menos en su integridad, poemas como Elegía a Ramón Sijé, Llanto de las virtudes y coplas…, Romance de la luna, luna, Palabras para Julia, A un olmo seco, y yo qué sé cuántos más. Y cantabas por lo bajini, siempre en soledad, porque para el canto tampoco llegaste dotado, estrofas de Neruda o de Celaya:

 

«quítame el pan si quieres,

quítame el aire,

pero no me quites tu risa»,


«cuando se miran de frente

los vertiginosos ojos claros de la muerte,

se dicen las verdades:

las bárbaras, terribles, amorosas crueldades».

 

Sigue la casualidad acercándome algún poema nuevo, desconocido, que leo pero que disfruto poco; releo de vez en cuando aquellos de juventud, y me inclino más, a diario, por una novela o algo de historia.

¿Y a qué ha venido ahora escribir sobre poesía y mi escaso interés por ella?

Ah, que una de esas casualidades —páginas de internet que frecuento, no todo va a ser sobre papel—, me ha mostrado otro de aquellos poemas que leí y memoricé con dieciocho o veinte años, y que iniciaba una antología de la generación del 27. Recuerdo que me impresionó, y admití que, para escribir aquello, había que tener una experiencia de la que yo, evidentemente carecía entonces, y deseé que llegara el tiempo en el que yo pudiera identificarme con esos versos:

 

«Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos».

 

Hoy, a pesar de verme reflejado en ellos, considero que no, que aún no ha llegado mi conocimiento y mi juicio al estado preciso para hacerlos totalmente míos. Habrá que esperar.

 

Posdata:

No me resigno a dar fin a esta entrada sin dejar aquí testimonio de cual fue el primer poema que aprendí, o más bien empollé, pues fue un deber con ocho o nueve años en la vieja escuela del Cristo, para su recitado público en un fin de curso. Se trató de, no podía ser otra, «La canción del Pirata», de Espronceda, y se me obligó a memorizarla completa y no sólo la versión reducida que el gran público conoce. Porque, ¿a que no sabes que hay muchas más estrofas?, ¿conocías éstas?:

 

«Allá muevan feroz guerra

Ciegos reyes

Por un palmo más de tierra,

 que tengo yo aquí por mío

cuanto abarca el mar bravío,

a quien nadie impuso leyes»

 

o esta otra:

 

En las presas

yo divido

lo cogido

por igual,

sólo quiero

por riqueza

la belleza

sin rival»