domingo, 18 de marzo de 2018

La Flor del Norte



Leído por ahí:
Lo que algunos escriben y me gustaría haberlo hecho yo.

Leí este libro meses después de un viaje por Castilla y en el que recalé en Covarrubias donde, por supuesto, vi la tumba de Cristina de Noruega en la Colegiata.
Me movió a leerlo, precisamente, ese viaje; sin embargo, durante su lectura, no pude evitar recordar, casi constantemente, la reciente visita al monasterio de Santa Clara en Sevilla, donde se levanta la llamada torre de Don Fadrique, hermano de Alfonso X, colateral de la protagonista y personaje cargado de atractiva y polémica leyenda
.

 

«Qué sencillo les resulta a los sanos consolar a los enfermos».

«San Alfonso el Sabio, hijo de San Fernando de Castilla, primo de San Luis de Francia, pariente de Santa Isabel de Hungría. Una familia virtuosa, intachable».

«Eso fue entonces, ahora carece de importancia».

«Confiad señora, y recuperad fuerzas porque el cuerpo y la mente van unidas y no hay salud en una cabeza doliente».

«… y de la muestra de cordura que supone retirarse de una competición a tiempo, antes de que las fuerzas abandonen y la cabeza se obstine».

«No es propio de los grandes hombres el buen dominio de las pequeñas cosas».

«l pueblo se queja de tantas leyes, que poda antes de que hayan florecido (referido al rey Alfonso), para plantar otras en su lugar».

«Las resoluciones tomadas cuando no hay nada que perder, suelen ser las correctas».

«Era joven, creía, como todos los de su familia, que el tiempo para el amor era corto y para el matrimonio, eterno».

«Paciencia…—rumiaba él—, junto con la prudencia, la virtud de los cobardes».

«Murió el bisabuelo como mueren todos los hombres: en mitad de la vida, con tantas deudas por pagar, con tanto por arrepentirse».

«La guerra no se acaba hasta que uno muere».

«Cada vida obtiene su ración de gloria y deshonor, de goce y privaciones».

«… e incluso las casuchas de los pueblos, casi enterradas en las laderas de las montañas, renovaron sus puertas y postigos y pintaron con colores alegres las ventanas que daban al sur».

«Bien está que las cosas cambien, pero no todas han de cambiar. Y, desde luego, no tan rápido ni todas a la vez».

«Valladolid era una urbe inmensa, en la que habitaban veinticinco mil almas. Una ciudad monstruosa, llena de ruido, de gente, desbordada en su insensato tamaño».

«… Alfonso, que hablaba las lenguas peninsulares, más el provenzal, el árabe, el griego y el hebreo, que conocía de astrología y de leyes…».

«Nunca la vi hacer otra cosa salvo ceder, ni esbozó jamás un pensamiento propio».

«Sólo necesita consuelo aquel que padece una pena».

«Yo era más joven, y pensaba menos las cosas, y por eso era más feliz: luchaba si me lo pedían comía cuando era el momento y bebía siempre que podía».

«Vivimos tiempos de crisis, doña Cristina, el rey ha de dar ejemplo».

«Eso fue entonces. Qué más da ahora».

«Y es mi voluntad que lo gastes en lo que te plazca, mientras no sea en lo que más deseas».

«Se acerca mi fin, y necesito pensar con claridad, para que se abra entre las tinieblas un poco de luz y mi vida no haya sido en vano».

«Yo era más preciada que el oro, pero no que el trigo».

«Me llamaban la Flor del Norte, el regalo dorado, Luego fui, simplemente la extranjera, y, en los últimos meses, la pobre doña Cristina».

 

De La Flor del Norte, de Espido Freire

 

 

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