lunes, 27 de octubre de 2014

La primera multa

La primera multa que me pusieron en mi vida fue allá por 1970 en la carretera de Guadalupe, cuando pedaleaba junto a Berna Bordallo regresando a casa desde la Cica. Fue un guardia civil de tráfico, de los que entonces llamábamos “motoristas”,  que montaban aquellas espectaculares –espectaculares, digo, si es que no veíamos otras motos que no fueran las de ellos- Sanglas 400 de color verde.
Ojo, que este no es el guardia de la multa, pero sí con el mismo aspecto

Por aquella época teníamos la costumbre en mi casa, y también en la de Berna, de comprar la leche una vez a la semana en la Cica (la Cica, ya tengo motivo para escribir otra crónica desde el doblao). Así que nos desplazábamos hasta allí en bicicleta, yo con una magnífica cántara metálica y de cierre hermético, de diez litros de capacidad; y Berna con una garrafa de vidrio forrada de mimbre, con un tapón de corcho que, por seguridad, apretábamos con todas nuestras ganas. Ambos elementos quedaban perfectamente fijados en los portabultos de nuestras bicis, y así tranquilamente, viaje de ida, viaje de vuelta, ocupábamos la tarde. Tranquilidad que se alteraba durante el forzado pedaleo en las subidas de las cuestas del puente del Guadiana, o aumentaba en la parada obligada en la venta de Gume para beber agua del pozo.
Tranquilidad que en una ocasión desapareció al poco de incorporarnos a la carretera cuando Berna me dijo que no estaba seguro de haber atado bien su carga, así que situó en paralelo su bici con la mía y yo tanteé la enorme garrafa que él llevaba para comprobar que estaba bien atada. Inmediatamente él apretó el paso y me adelantó; segundos después fueron dos motoristas los que nos sobrepasaron y uno de ellos nos ordenó parar, cosa que, lógicamente, hicimos. Fuimos denunciados, los dos, por circular en paralelo por la carretera, poniéndonos en grave peligro y poniendo, seguramente, también en peligro a todos los que por allí pasaban o pudieran pasar. Joder, que yo iba bien, el que iba mal era Berna; y además fueron sólo unos segundos. Juro que desde entonces no puedo reprimir un ridículo recelo cada vez que veo a esos funcionarios por la carretera.

Después han venido algunas multas más, y las que estén aún por llegar. De todas ellas quiero dejar aquí constancia de otra que me levantó un “municipal” de mi pueblo por circular, también en bicicleta, por la calle de los baldosines. Me encontraba realizando una de mis múltiples labores domésticas, que en ese caso era el reparto a domicilio de las medias (*) que mi madre arreglaba en casa. El lugar de entrega era en la calle Ramón y Cajal y a ella accedí por la de Correos (hasta hoy, que acabo de mirarlo en Google Maps, no me enterado que esa se llama Rafael Lozano Alonso, siempre fue para mí la calle de Correos; ¿quién sería este hombre para tan alto honor?). En vez de dejar la bici en el encuentro entre ambas calles y continuar andando como así hubiera sido el gesto de un buen ciudadano, o caminar empujándola hasta el domicilio de la clienta, opté por continuar montado en ella hasta que casi choqué con un municipal que salía de echar la quiniela en la papelería de Morcillo. Sin escapatoria alguna, pues el agente apretaba una mano sobre el manillar de mi bici, me identifiqué verbalmente –faltaban algunos años para que me expendieran mi DNI-, tomó nota y yo continué hacia mi destino, pero ya en un nervioso paseo. Era consciente de mi error, me sentía culpable, pero más consciente era de la que se me venía encima cuando se enteraran en casa. Y así debió ser.

De estas dos multas me acuerdo, invariablemente, cada vez que una bicicleta con su bicicletero encima, perturba mi sosegado paseo por cualquier acera de mi ciudad. Y es que hay que ver cómo han cambiado los tiempos: de aquel “orden” al actual, de lo que motivó mi multa en la carretera de Guadalupe a ver hoy, en cualquier calzada, incluidas autovías, pelotones de ciclistas con pijamas de colorines y medios melones multicalados sobre sus cabezas, circulando agrupados o no, en fila de a dos como máximo, según ordena el artículo 54 del Reglamento General de Circulación, o como les da la gana, que hay de todo.
¿Y donde ha quedado la celeridad con la que el municipal agarró el manillar de mi bici? Hoy, esos empleados públicos,  miran hacia otro lado cuando ven circular, a la velocidad del antílope, bicicletas sobre nuestras aceras y otros espacios peatonales, sorteando (nunca mejor dicho, a ver a quién le toca el golpe) transeúntes, cochecitos de bebés y sorpresivas pelotas con niños corriendo detrás de ellas. Y miran hacia otro lado a sabiendas de que el Reglamento General de Circulación no regula el tránsito de los velocípedos sobre las aceras, vacío legal que han tratado de ocupar los ayuntamientos con ordenanzas municipales que han terminado perjudicando al peatón, verdadero dueño y señor de esas aceras, en favor del bicicletero que, para colmo y en la mayoría de los casos, protege sus orejas con auriculares, lo cual sí está expresamente prohibido. Menos mal que va habiendo sentencias judiciales a favor de los viandantes.
Bueno, aquí lo dejo, que me voy a pasear con mi padre (un día de estos creo que va a arrear un bastonazo a algún desahogado bicicletista)

                                                                                                        Sevilla  Junio 2014

* Medias: prendas femeninas que antiguamente se reparaban cuando sufrían algún roto; a esa reparación se le llamaba coger los puntos, y que ahora al primer problemilla se arrojan al cubo de basura. Durante años mi madre cogió millones de puntos de medias y ganó numerosas dioptrías.

Muy  semejante a esta era la máquina que utilizaba mi madre para coger  los puntos de medias. 
Con la luz del flexo estudié dos bachilleres y COU.

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