La frase de hoy posiblemente sea la que más me gusta de todas las que llevo desarrolladas en estos decía mi madre, y también de las que restan por hacerlo.
Si de todo lo escrito en anteriores entradas se podría deducir que quien esto suscribe era algo gamberro, desordenado, respondón e incluso rebelde, de la de hoy espero que ayude a que la idea sobre mí derive hacia lo que era un carácter apacible, reflexivo y tierno; pero sin llegar a la sensiblería, por Dios.
Pensar sobre esta expresión es cerrar los ojos y permanecer embelesado con imágenes borrosas apenas identificables, o mantenerlos abiertos mirando fijamente un objeto cualquiera que termina pareciéndose a la nada, porque da lo mismo que sea ése o cualquier otro si lo que se consigue es recogerse mentalmente en aquello, en la nada.
Pues así debí de encontrarme en tantas y tantas ocasiones en las que mi madre se dirigiera a mí, qué más da con qué: una orden, una pregunta, una reprimenda; que ante mi silencio o mi reacción ausente hacía que despertara de mi ensimismamiento tras un:
«Míralo, como si oyera llover»
Y entonces yo me despabilaba, ¿qué, dime?, y ella repetía aquello que hubiera dicho, y un servidor, vuelta a la realidad.
Como si oyera de llover es el entrañable recuerdo, o «como quien oye llover», que dice la RAE. En su exposición, los señores académicos son algo menos delicados y se inclinan por precisar que la coloquial expresión se usa «para denotar el poco aprecio que se hace de lo que se escucha o sucede», acusando al oyente, o mejor, al no oyente, de menospreciar las palabras de quien habla, no dándole importancia ni mostrando interés alguno.
Nota intermedia:
Aquí convendría hacer una alto y dar una colleja al DRAE, pues utiliza la palabra escucha en vez de oye, que vienen a ser distintas: escuchar es prestar atención a lo que se oye, y oir es percibir con el oído los sonidos. Como se ve tienen significados diferentes.
Temo que el rapapolvo continúa. Todos sabemos, yo lo sé, que necesariamente la frase no conlleva menosprecio. En aquellas ocasiones, cuando mi madre la pronunciaba, yo no había escuchado, y con toda seguridad tampoco había oído, lo que antes me había dicho, pero no por desprecio sino llanamente porque no estaba prestando atención, no hacía caso porque mi concentración estaba en otro lugar o en ninguno, lo más probable. La evidencia más clara de que eso era así es que, una vez llamada mi atención, yo volvía a la realidad, atendía a la pretensión materna y aquí paz y luego gloria.
Me intereso ahora por el origen de la expresión y recurro a la red de redes, que en un teclazo te lleva a ello y te enteras, atónito, que la fuente no está en mi madre, cosa que era de esperar, sino nada más y nada menos que en el tiempo de la conquista del actual Méjico por el paisano Hernán Cortés. Lo resumo:
Llegan los conquistadores españoles a América, corría el año 1519 cuando Hernán Cortés se reúne con Moctezuma, el emperador azteca se presenta con todo su séquito, en el que se incluía un joven que ocupaba el cargo de Quiahuitlacapoc —quiahuitl, lluvia, y acapoc, escuchar, sentir—, algo así como sacerdote de Tlaloc, dios de la lluvia; tenía la función de escuchar e interpretar el sonido de la lluvia, ya que los aztecas creían que Tlaloc les enviaba mensajes a través de cada aguacero, que podían ser proféticos o de orientación para la vida y la sociedad. Este Quiahuitlacapoc llamó poderosamente la atención de los soldados españoles, que lo veían presente en los encuentros entre Moctezuma y Cortés, siempre ensimismado, ajeno a las conversaciones y escuchando la lluvia. Tanto les sorprendió su abstracción que acabó siendo el centro de sus burlas, «el que oye llover» le apodaron. Lo que pasó a tener tanto un significado que ha trascendido hasta la actualidad: el de alguien que, presente en una conversación, está perdido en sus propios pensamientos.
Termino, y no quiero hacerlo sin recordar una anécdota sucedida con mi hija una tarde de lluvia cuando, con casi dos años de vida y en esa época en que se debatía entre las ganas de aprender y pronunciar correctamente palabras nuevas, y la dificultad que ello le acarreaba, desde el asiento de atrás del coche me llama y me dice: «papá papá, mira, lluvia», vocalizando despacio la palabra, recreándose en su pequeño triunfo.
Nota final:
Dejo aquí enlace a otro decía mi madre que está muy relacionado con éste de hoy: «Qué, ¿mirando las musarañas?».