Pienso que, si me hubiera dedicado a la política, esta fotografía tendría que haber sido destruida hace mucho tiempo. Militara en el partido o defendiera la ideología política que fuera, para todos ellos y ellas, esta instantánea sería incompatible. Pero como no ha sido así, ni nunca tuve intención de afiliarme (*), ni de seguir una opción concreta, es por lo que la foto ha sobrevivido; y porque, cómo no, mi madre la tenía guardada en una de sus cajas metálicas de Cola-Cao, que si no…, a saber.
La foto está tomada en Chipiona, en
julio de 1968, en el campamento Hernán Cortés de la OJE (Organización Juvenil
Española), que tenía la categoría de provincial, y al que
asistían los miembros de la organización de la provincia de Badajoz.
Mi padre nos afilió, a mi hermano y a
mí, por varias razones, supongo:
Primero, por ideología propia, de él, no
cabe duda, que nosotros ni idea, en Babia estábamos, y yo personalmente seguí
en ese mismo estado algunos años más. Él pensaría que con ello se enriquecería
nuestro pensamiento, el espíritu nacional que se decía por entonces y
que incluso se estudiaba en el Bachiller como una asignatura más. Esas eran sus
intenciones, las que creyó mejores y más convenientes, y ahí estábamos nosotros
para que él las llevara a cabo.
Segundo, porque así sus hijos veranearían,
conocerían otros lugares, otros niños y se divertirían con entretenimientos
nuevos, que no todo iba a ser cuestión de carácter y elevados pensamientos. De
paso, esto es ya mucho suponer, se quitaban de encima, él y mi madre, a los
hijos durante unos días.
Y tercero, y muy importante, porque debía
de ser barato a cambio de lo que ofrecían. Un servidor asistió a ese campamento
en tres ocasiones, tres veranos desde el 68 al 70. Sólo conservo el recibo del
pago que se hizo por mis vacaciones en julio de 1970, encontrado en otra caja
de Cola-Cao —menudos archivos los de mi madre—. En él se dice que fueron 925
pesetas las que se pagaron por veinte días de vacaciones en la playa. Me tomo
la molestia de buscar en una web especializada en el asunto, cuál sería el
cambio actual de aquella cantidad, y me resulta:
925 pesetas, igual o
aproximadamente 6 euros, serían actualmente algo menos de 130 euros, o sea
21.630 pesetas.
Que cada cual se saque
sus conclusiones sobre la cualidad del precio.
Además de esas tres ocasiones, con la
OJE asistí a dos campamentos más: en el verano de 1972 a Boñar en León —joder, qué frío hacía en aquellas
montes—; y en el del 75 a Covaleda, en Soria; algo tarde, no cabe duda, pero es
que, aunque en ese tiempo y a esa edad el cuerpo ya pedía otras cosas, no me
resignaba a dejar pasar la oportunidad de acudir al más emblemático de todos, y
juro que no me arrepiento: fueron unos días diferentes a todos los que había
vivido hasta entonces en la OJE, y en mi vida; visitando lugares mágicos,
aprendiendo cosas que no había imaginado, y guardando recuerdos para siempre
imborrables.
Durante todos aquellos campamentos aprendí
y canté canciones que aún no he olvidado, valoré actitudes que hasta entonces
desconocía y comencé a redactar las normas que a lo largo de mi vida he
considerado básicas para ejercer la actividad de persona.
De nada de aquello, y de lo que siguió,
tengo por qué sonrojarme; no lo secundé al pie de la letra, y sí supe amoldarme
a los tiempos que he ido viviendo. Pero en algún lugar de mi mente, o mejor, de
mi alma, quedó para siempre el poso de algunas enseñanzas que en aquellos
campamentos recibí: la camaradería con todos sus sinónimos, la lealtad y, sobre
todo, la observancia a unos valores sociales y morales que he procurado
mantener y acrecentar durante toda mi vida.
Decía más arriba, que la foto es de
1968, poco más diez añitos tenía el que ésto escribe. Y puedo asegurar que a
partir de entonces comencé a ver algunas cosas de otra manera; o de una manera
concreta, que seguramente hasta aquel momento no las veía de ninguna. Formas de
ver la vida, ideales incluso, que germinaron entonces. Al fin y al cabo, era esa
la edad en la que casi todo empezaba a suceder.
Lo que cambió poco a lo largo del tiempo
fueron las hechuras: ropa arrugada, una talla de más, mangas remangadas por
debajo del codo, calcetines por los tobillos, la boina resbalándose: cierto
desaliño indumentario, que diría el poeta. También cambió poco la seriedad y la
firmeza que ahí se advierte, en el rostro que mira y en la mano que sujeta el guion;
y en las piernas ligeramente abiertas, para asentarse mejor, para asegurar la posición.
Años después, para bien o para mal, no
todo fue así. Pero eso será motivo de otras instantáneas, si es que
llego.
(*) algún día he de recordar el momento en que se me propuso afiliarme a cierto partido político. Aquella proposición fue rechazada por mi parte, y al día de hoy, aún no he determinado si hice bien o mal.